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SECRETARÍA DE PRENSA
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Primera Encíclica de S. S. Papa Francisco

Con motivo de la conmemoración del V aniversario de la publicación de la Encíclica papal Laudato Si´, profesores del Vicerrectorado de Formación han realizado diferentes artículos referidos a esta primera Encíclica que ha publicado S. S. Papa Francisco, los cuales compartimos con Uds. A continuación.

Bien común – Ecología – Cultura 
Prof. Guillermo Witemburg

Desde sus inicios en el siglo XIX y su desarrollo en el XX hasta la actualidad, la humanidad ha tomado conciencia de que algunas malas prácticas ecológicas en el pasado y en la actualidad han tenido como efecto el deterioro de nuestro mundo. Hoy día, la ecología, en cuanto a su concepción, se extiende más allá de los seres vivos. Ecología es la relación, la interacción que todos los seres (vivos o no) guardan entre sí y con todo lo que existe, de todo lo creado, entendido teológicamente.  

Ante tal situación del deterioro ecológico, nos lleva a preguntarnos qué camino debemos seguir, que hemos de hacer. Y nuestro punto de partida, en el presente trabajo será una breve reflexión a la luz de la Carta Encíclica Laudato si, sobre el cuidado de la casa común del Papa Francisco.  

Pasaron ya cinco años de la Carta Encíclica Laudato si del Papa Francisco, y la humanidad de nuestro tiempo se encuentra en una situación en que nuestra casa común, nuestro mundo, nuestra tierra, se ve asolada fruto de la iniquidad e irresponsabilidad humanas. Aquel paraíso perdido pero vuelto a nacer, en el que Dios bendice nuevamente al hombre y lo consagra como rey de la creación, (Gn 9, 3) como en el inicio, nos mueve a la reflexión, nos llama a pensar qué hemos hecho, en qué nos hemos equivocado como sociedad compleja y deliberada que somos. 

Someter la tierra, mandar sobre los peces del mar y las aves del cielo, (Gn. 28) no implica la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. (LS. 67) 

Los bienes heredados de la tierra, creación de Dios, no se reducen a las cosas materiales.

Es de una mirada miope, entender el bien común, como bienes tan solo materiales, de cambio o útiles. Es, como hace notar el Papa Francisco citando la Gaudium et spes: “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección” (26)

La ecología, los seres vivos entre sí y con el medio ambiente en el que viven, también incluye las propiedades físicas y químicas que pueden ser descritas como suma de factores, como el clima y la geología, y los demás organismos que comparten ese hábitat; la disponibilidad de agua es uno de los principales factores que afectan la presencia de organismos en un ecosistema, ya que es esencial para la supervivencia de todas las formas de vida, en este sentido, son parte del bien común de la humanidad, queda claro entonces, que la ecología es inseparable de la noción de bien común. (L. S. 156) Los frutos de la naturaleza de la tierra, del agua, el clima nos llama a cuidar de ella, ser responsables del ambiente en que vivimos y actuamos, su voz se hace escuchar ante las catástrofes que la misma naturaleza provoca: Las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. (L.S. 161) Lo mismo cabe decir de la extinción de las especies, la contaminación del ambiente, de los mares y de los ríos y la depredación forestal, la industrialización desmedida, son algunos ejemplos.

El avance desmedido de la sociedad posmoderna sobre los bienes de la tierra tiene su correlato con una deshumanización de la cultura. (L.S. 162) La cultura no puede ser entendida, sin más, como todo aquello que el hombre hace. La verdadera cultura es cultivar la tierra, y que la misma tierra produzca una buena cosecha. Es propio de la persona humana llegar a la verdadera y plena humanidad por medio de la cultura, es decir, por el cultivo de los bienes y valores de la naturaleza. (G.S. 53) En este contexto, fe y cultura, no se oponen, como pretendidas veces nos quieren mostrar, fe y cultura, lejos de oponerse, entran en diálogo, la Iglesia en todo tiempo y lugar siempre busco la unidad entre la fe y la cultura en permanente diálogo.  

Urge la tarea de una evangelización de la ecología, del bien común y de la cultura y, al mismo tiempo, una inculturación de la fe. Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio. (E.G. 69)

Ahora bien, la educación a de jugar un papel fundamental, en vistas al cuidado de nuestra casa común, de las condiciones de la vida social y de una cultura más humana; la familia, el Estado y la Iglesia cumplen un rol esencial como educadores

La tarea de los padres debe tener como pilar la educación moral de los hijos, el hábito de las virtudes, de las buenas costumbres, del orden recto de las cosas y de todo aquello que perfecciona la naturaleza humana, bien dice el Papa Francisco: En la familia se cultivan los primeros hábitos del amor y cuidado de la vida, como por ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza, el respeto al ecosistema local y la protección de todos los seres creados. (L.S. 213) 

La educación de los padres debe ser complementada con la educación sistemática del Estado cuya finalidad es promover el bien común, promover una educación integral y leyes que protejan el medio ambiente.

La Iglesia, Cuerpo de Cristo junto a María, Reina de todo lo creado, (L.S. 241) nos exhorta una vez más a cuidar de nuestra casa común, en la fe, la esperanza y la caridad. En nuestro presente y mirando al futuro, tenemos el deber de cuidar nuestra tierra, la naturaleza y todas las criaturas que Dios nos confió. (Cfr. Laudato si, IX. Más allá del sol)

Finalmente, tal interés y toma de conciencia que dijimos al principio no puede quedarse en teorías y discursos, se necesita de la acción, de una verdadera “conversión ecológica” como bien dice el Papa Francisco. (L.S. 216) Hoy, después de cinco años de la Carta Encíclica, católicos y demás confesiones, la comunidad científica, política y económica, las organizaciones y asociaciones civiles, la humanidad toda: ¿se han comprometido en salvaguardar nuestro mundo y todo lo que existe?

Somos copartícipes de la creación, desde el principio Dios nos dio la tarea de cultivar la tierra para bien de todos y de su creación:

Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. (LS. 245) “Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros…” (Jn. 1,14) y estará siempre entre nosotros hasta el último día. Es nuestra esperanza.

Laudato Si´: “Una apuesta por la Casa Común”
Profesor: Eloy Mealla

Se pude decir –en forma muy esquemática– que en la Enseñanza Social de la Iglesia hay tres grandes aportes desde el siglo XIX al actual, que tuvieron gran impacto en la comunidad eclesial y en la sociedad en general. El primero de finales del siglo XIX, es la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, referida a la “cuestión obrera” que reclamaba la justicia social como repuesta.

El segundo gran aporte, proviene de Pablo VI que a mediados del siglo XX en su Encíclica Populorum Progressio (1967) incorpora en el análisis de la cuestión social la situación de los pueblos periféricos que trataban de emerger en medio de bloques hegemónicos antagónicos, y contribuye a visibilizar los anhelos de esos pueblos. Otro mérito de esta Encíclica fue introducir la novedad de tematizar, la cuestión del desarrollo en la Doctrina Social de la Iglesia, indicando la enorme asimetría que provocaba el modo de concebir y orientar el desarrollo, cuyos resultados hacen que “los pueblos pobres permanecen siempre pobres y los ricos se hacen cada vez más ricos” (PP 57).

En este surco, se puede ubicar la tercera contribución de la mano de Francisco que con la Laudato Si (mayo 2015), amplia y actualiza la noción de “desarrollo integral” incluyendo la variable ambiental –ya no en el escenario de la clásica confrontación E-O ni solamente en el  agigantamiento de la brecha N-S– sino en medio de la agudización de las contradicciones de la globalización, ahora en un mundo policéntrico, con efectos alarmantes ya de escala planetaria tanto en lo físico-ambiental como en lo social-humano. 

De este modo, la carta de Francisco expresa “la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral” (LS 13). Tal cual se observa Francisco asume el concepto integral pero ahora también lo vincula a la ecología. De este modo, LS es sintéticamente la propuesta de una “ecología integral”, es decir una ecología ambiental, económica, social, cultural y de la vida cotidiana (LS 138-155).

Podemos observar que esta manera de entender la ecología es muy convergente con la actual doctrina de los derechos humanos, económicos, sociales, culturales y ambientales. En efecto, hoy la legislación internacional ampliada sobre derechos humanos incluye no sólo los derechos civiles, o de primera generación vinculados al concepto de libertad, sino también los derechos económicos y sociales, denominados también de segunda generación, que se derivan del principio de igualdad, y los derechos de tercera generación y cuarta generación como el derecho a la paz y al desarrollo, y los derechos medioambientales que están enraizados en el principio de solidaridad o fraternidad.

Para representar la dimensión integral, tanto del desarrollo como de la ecología, bien se puede aplicar aquí la imagen del poliedro que repetidamente suele mencionar Francisco, a la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común.

Con ocasión del setenta aniversario de la creación de la Organización de las Naciones Unidas, Francisco aprovechó para reiterar varios párrafos de la LS y afirmar que existe un verdadero «derecho del ambiente» que implica límites éticos a la acción humana y que cada una de las creaturas, especialmente las vivientes, tienen un valor en sí misma. 

Asimismo, prosigue el Papa, hay que impulsar la promoción de una "una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad, cuidado de la creación, pero también del prójimo, cercano o lejano, en el espacio y el tiempo”.

Es decir, se trata de integrar los diferentes pueblos de la tierra y que no haya esa dramática desigualdad entre ellos, entre el que descarta y el que es descartado. Por otro lado, integrar se refiere a los modelos de integración social que sirvan para que podamos vivir juntos. También se trata de integrar los diferentes sistemas: la economía, las finanzas, el trabajo, la cultura, la vida familiar, la religión. Ninguno es absoluto y ninguno de ellos puede ser excluido. 

Se trata también de integrar la dimensión individual y la comunitaria, superando tanto la exaltación del individuo como el aplastamiento de la persona.  Se debe, por último, de integrar cuerpo y alma, pues “el desarrollo no se reduce a un mero crecimiento económico” ni a tener cada vez más bienes a disposición para un bienestar puramente material (PP 14). Este nivel de integración no se logra sin respetar el lugar de Dios, manifestado en Cristo con “sus gestos de curación, de liberación y de reconciliación que hoy estamos llamados a proponer de nuevo a los muchos heridos al borde del camino”.

Releer hoy la LS en medio de la pandemia del coronavirus que alcanzó escala planetaria, nos proporciona un estímulo para fortalecer algún tipo de coordinación mundial, por no decir autoridad, capaz de regular la interdependencia humana (globalización), pues la circulación actual de bienes, dineros, datos, personas… y virus… es demasiado importante para dejarla librada a sí misma. Eso sería el “globalismo” actual, no la globalización auténtica o mundialización que nos haga comprender que todos formamos parte de una misma Casa Común.


Laudato, Si´. “Sobre el cuidado de la Casa Común, del Santo Padre Francisco”
Profesora: Viviana Galdo

En este tiempo tan especial que estamos viviendo, tiempo de pandemia, se cumple un nuevo aniversario de la Encíclica Laudato Si´. Sobre el cuidado de la casa común, del Santo Padre Francisco. Hoy nos une una desgracia, que nos invita también a unirnos en la oración. Cada quien desde su creencia o desde lo más profundamente humano, nos unimos con un mismo deseo de ser liberados de esta situación, como sugirió la invitación del Alto Comité para la Hermandad Humana del pasado 14 de mayo. Reflexionando sobre Laudato si´, su profunda mirada de nuestra “Casa Común” y especialmente de nuestra responsabilidad ante ella, no podemos dejar de lado un eje que atraviesa toda la Encíclica. La relación directa que existe entre el cuidado de esta Casa Común y cómo el mismo se entrelaza con nuestra responsabilidad ante los otros. En principio no podemos negar que varias organizaciones por todo el planeta, y la mayoría de las religiones, le da suma importancia a la protección del mismo, el medio ambiente, descubriendo la belleza de la naturaleza, pensando en el cuidado que merece este entorno que nos nutre y cobija, incluso este entorno que se muestra monstruoso y nos configura como seres que formamos parte de un todo; todo que debe ser aceptado y respetado. Siempre pensando en el hoy de la historia y en las generaciones futuras. Entre el 9 y 10 de marzo 2020, la Junta Regional de Educacion Catolica (JUREC) de San Miguel organizó un encuentro de educadores. Una de las ponencias se desarrolló sobre la necesidad de una educación que tenga como eje transversal la conciencia ecológica. Proponiendo que esta conciencia ecológica necesariamente implica la transformación personal que finalmente guiará las decisiones en nuestro actuar en el mundo. Afirmaban una realidad: si no salvamos el planeta, ningún proyecto tiene sentido. ¿Qué transformación proponían? Buscar transformarnos como seres humanos en nuestra relación con la Creación toda, con la naturaleza, con los otros. Porque como recuerda el Papa en palabras de su antecesor Benedicto XVI, el hombre muchas veces olvida que “es espíritu y voluntad, pero también naturaleza.”  Algo importante para comenzar a pensar es en cómo y qué consumimos. ¿Cuánto material descartable originamos? ¿Cuánto de él podemos reciclar? ¿Nos comprometemos en el reciclado? ¿Cuánta basura producimos? ¿Pienso en qué tipo de mundo quiero dejar a las generaciones venideras? ¿Pienso en el derroche del agua, mal uso de la tierra, la contaminación que provoco en el ambiente? Rescata el Santo Padre, la postura del patriarca Bartolomé “Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados.” Porque “un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios.” Toda la Creación, nos enseña el Papa Francisco, uniéndose a lo proclamado hace tantos siglos por San Francisco de Asís, es como una hermana, como una madre.

Estamos llamadas y llamados a crear una “Ciudadanía Ecológica”. La pregunta que tendríamos que hacernos es ¿Podemos comprometernos a CUIDAR la CASA COMÚN? Porque comprometernos implica primero, como venimos diciendo, una transformación que debe iniciar al interior de cada quien. Y esa “transformación” según sugerían en la JUREC además tiene un sentido, una dirección, está dirigida hacia una ÉTICA SOCIAL (ya que tiene que ser compartida), ECOLÓGICA (haciéndonos cargo de los que nos rodea) y FRATERNA (abrazando, acercándonos a toda la Creación, donde encontraremos “otras” personas con sus circunstancias, despertando nuestra aceptación unas veces y nuestra compasión otras). Quisiera agregar a estas palabras una reflexión personal Creo importante tener en cuenta la necesidad de rescatar el VALOR de la cultura al evaluar nuestras decisiones. Entendiendo por cultura la FORMA que como comunidad (familiar, étnica, nacional, religiosa) nos relacionamos con el medio, con los otros y con Dios. Hay que animarse a valorar la cultura al mismo nivel que la ciencia y la tecnología. La misma Naturaleza debe “leerse” como un libro de Sabiduría. El ya nombrado Bartolomé nuevamente es leído compartiendo una mirada importante para todos los que creemos en un Dios Creador: “Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta.”iii Esta lectura del Libro sin costuras que es la Creación, ya lo reclamaba San Pablo en su Carta a los Romanos capítulo 1 “19 Porque todo cuanto se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos: Dios mismo se lo dio a conocer, 20 ya que sus atributos invisibles –su poder eterno y su divinidad– se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras. Por lo tanto, aquellos no tienen ninguna excusa.” Y desde el primer relato de la Creación y desde el segundo relato, se nos invita a descubrir que esta realidad que nos rodea fue creada por el mismo Dios para prepararnos un lugar. Gn 1, 14 Dios dijo: «Que haya astros en el firmamento del cielo para distinguir el día de la noche; que ellos señalen las fiestas, los días y los años, 15 y que estén como lámparas en el firmamento del cielo para iluminar la tierra». Y así sucedió. Son frases comprendidas por todas las personas: “mañana al amanecer” “hoy al atardecer” “en dos días” “cuando cambie la luna”. Cada celebración de la Pascua tiene una fecha diferente. El primer domingo de luna llena a partir del equinoccio de otoño. Primer domingo de luna llena. Gn 2, 7 Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente. 8. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado. (…) 15 El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. Así preparó todo Dios para cada quien… y ¿sabemos cuidarlo? Tal vez nos cuesta entender que esta Casa Común se nos compartió, para tener donde estar. No nos pertenece. No podemos disponer a nuestro antojo. Se nos prestó y solicitó que la cuidáramos. iv Dios creó el tiempo y el espacio para el hombre. ¿Y nosotros qué hacemos con él? ¿Lo cuidamos como un bello palacio que nos hubiesen prestado? ¿Pensamos en cómo lo vamos a devolver? ¿Tenemos presente nuestra responsabilidad? ¿Atendemos siquiera a quienes nos siguen atrás en la historia? Nos hace ver el Papa en su Encíclica que “todo ensañamiento con cualquier criatura es contrario a la dignidad humana” y se verá reflejado en el lugar que doy a los otros seres humanos, hermanos y hermanas, a quienes se nos invita a respetar en igual dignidad. Jesús nos enseña de qué se trata este respeto, porque siendo sacramento como Iglesia del amor de Dios en el mundo, debemos tener presente que, nuestro Buen Dios “hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.” Mt 5, 45 Entiendo que el eje transversal de la Encíclica Laudato Si´, que nos invita a tomar conciencia de la trama de la Creación, de la que formamos parte, nos obliga, nos urge a reconocer nuestra pequeñez, nuestra condición de naturaleza creada gregaria, necesitada del entorno y de los otros para que en diversidad podamos seguir alabando a Dios desde nuestras vidas, desde nuestra forma de estar en el mundo, desde nuestra manera original y comprometida de habitar esta Casa Común.

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