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Adiós Carlos Alberto Fernández Pardo

Carlos Alberto Fernández Pardo, fue Licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad del Salvador. Fue autor de numerosos artículos y libros sobre teoría política clásica y contemporánea, entre otros: Franz Fanon (Galerna, 1973), Teoría Política y Modernidad (Centro Editor de América Latina, 1980) La OIT en la política mundial (Ad Hoc. 1999). Gaetano Mosca. Gobierno y Clase dirigente. (Arete, 2008). Carl Schmitt en la Teoría Política Internacional. (Biblos, 2007). En colaboración con Leopoldo Frenkel, escribió “Perón. La unidad nacional entre el conflicto y la reconstrucción” (Ediciones del Copista, 2010).

Fernández Pardo ha tenido un vasto desempeño en la actividad docente de grado en la Universidad Católica de La Plata, en la Universidad Nacional de San Juan y en la Universidad del Salvador. Su actividad de posgrado se llevó a cabo como Director del Doctorado de Ciencias Políticas y de Relaciones Internacionales (Universidad del Salvador). Dictó Seminarios en el Doctorado en Ciencias Políticas (USAL) e integró tribunales de evaluación en nuestra Universidad.

A continuación compartimos los testimonios de dos prestigiosos académicos que recuerdan a Fernández Pardo, el Prof. Dr. Ricardo Sebastián Piana y el Dr. Daniel Omar Tambone.

El Prof. Dr. Ricardo Sebastián Piana actualmente es Vicerrector de la Universidad Católica de La Plata. Es abogado (UNLP), Doctor en Ciencia Política (USAL) y en Ciencias Jurídicas (UNLP). En la USAL es Titular de Teoría y Derecho Constitucional en la Facultad de Ciencias Sociales y de Derecho Político, en la Facultad de Ciencias Jurídicas. En el Instituto de Investigación en Ciencias Jurídicas dirige, a partir de este año, un proyecto de investigación titulado "Constitución política del Estado argentino. Nuevas dimensiones normativas y jurisprudenciales de la realidad política argentina (2005-2020)

El Dr. Ricardo Sebastián Piana expresó: “Carlos Fernández Pardo murió en enero de 2022. Era licenciado en sociología (UBA) y Doctor en Ciencia Política (USAL). Fue docente en la Universidad Católica de La Plata, de la Universidad Nacional de San Juan y de nuestra Universidad del Salvador, donde dictó hasta el año 2019 el Seminario de Actualización temática en Filosofía Política para los doctorados en ciencia política y en relaciones internacionales. Había sido designado profesor emérito en la USAL en 2016.

Prolífero autor sobre temas del realismo político y el peronismo: Franz Fanon (Galerna, 1973), Teoría Política y Modernidad (Centro Editor de América Latina, 1980) La OIT en la política mundial (Ad Hoc. 1999). Gaetano Mosca. Gobierno y Clase dirigente. (Arete, 2008). Carl Schmitt en la Teoría Política Internacional (Biblos, 2007); Zorros y Leones. La sociología política de Vilfredo Pareto (Almaluz, 2017), Versalles, 1919 (Almaluz, 2019) Peronismo y la Revolución Conservadora (Almaluz, 2021); en colaboración con Federico Tobar Organizaciones solidarias. Gestión e innovación en el tercer sector (Lugar editorial, 2000); en colaboración con Leopoldo Frenkel Perón. La unidad nacional entre el conflicto y la reconstrucción (Ediciones del Copista, 2010) y en colaboración con Alberto Hutschenreuter El Roble y la estepa. Alemania y Rusia desde el siglo XIX hasta hoy (Almaluz 2016 y Punto de Vista Editores, 2017), entre otros.  
 
La despedida de un colega siempre es difícil. Pero mucho más cuando se trata de un formador. Muchos lo recordarán, y con justicia, por sus escritos y cursos sobre el peronismo, el peronismo de Perón. Pero en mi caso, estas líneas nacen del agradecimiento de un alumno a su docente, de un tesista a su director y de un docente a quien fuera su titular en la Cátedra a la que me invitó a integrar.

Carlos fue mi docente en el doctorado en ciencia política de nuestra Universidad en la sede de Sociales que quedaba en Hipólito Yrigoyen. Conformábamos, allá por 2001, un grupo nutrido de alumnos que escuchaba casi por primera vez los conceptos claves y los autores centrales del realismo político y del realismo internacional. Es que la gran mayoría, como yo, no veníamos de la ciencia política y nuestras lecturas eran más bien de los autores canónicos. Además, sus clases tenían la estructura de seminarios temáticos: con alumnos de años anteriores y posteriores solíamos preguntarnos qué tema, qué autor, qué líneas había trabajado ese año. Siempre eran nuevas; siempre las avalaba con alguna publicación propia o un proyecto de publicación con el que estaba trabajando. Las clases eran intensas: había que reconstruir todo un pensamiento con nuevas categorías. Sus pausas, sus latiguillos, sólo eran un impulso para el desarrollo de ideas bien claras y ciertamente polémicas. Nunca fue políticamente correcto.

Cuando necesitaba un director para mi tesis, mi primera elección fue preguntarle. Las políticas públicas que yo quería estudiar eran para él demasiado operativas frente a las grandes cuestiones de la filosofía política. Sin embargo, dijo que sí y me acompañó en todo el proceso. Las reuniones eran para mi muy difíciles, porque no sabía si los avances estaban bien orientados, pero salía esperanzado, con ganas de seguir trabajando. Las reuniones eran siempre en algún café, por entonces, en La Misión o El Cervatillo. Allí podía salir a fumar. Haberme alentado a dar ese paso, la presentación de un trabajo de tesis doctoral con tantas inseguridades fue uno de los primeros logros de mi carrera académica. Para entonces, 2006, él dirigía el doctorado y si bien las cuestiones burocráticas no parecían ser su principal preocupación, para quienes pasamos por el difícil trance de la presentación de la tesis, los jurados y las formalidades de la defensa, nunca faltó nada y fue hecho con una velocidad y eficiencia que aún admiramos. 

Para el año 2007, me invitó con otras colegas, a integrar la Cátedra de Sistemática de la Ciencia Política I y II que él dirigía en Sociales de la USAL. Pero no sólo me invitó para cubrir algunas clases: me participó en la modificación y actualización del programa, me dio material suyo para armar un libro de Cátedra, me brindó total libertad para elegir las clases a dar. Poco después, me propuso como titular. 

Siempre generoso, en 2009 me invitó a dar clases en el doctorado en ciencia política de la USAL en el Seminario de formación monográfica. Me sugirió dar un seminario sobre Julien Freund, todo un desafío: una sola de sus obras, La esencia de lo político, tiene más de 800 páginas. Pero no importaba el viaje en micro desde La Plata ni esperar el micro casi a medianoche en Once de vuelta a La Plata: las ganas de dar clases en el posgrado y haber redescubierto a uno de los grandes autores de la ciencia política, se la debo a Carlos. 

Si bien sus ideas políticas eran claras, nunca adoctrinó en el ámbito de la docencia. Difundió categorías de análisis, invitó a repensar la naturaleza humana, propuso leer o releer autores. Fue generoso, abrió espacios y nos formó”. 

El Profesor Emérito de nuestra Universidad y Economista, Dr. Daniel Omar Tambone, escribió en memoria de Carlos Alberto Fernández Pardo:

“La partida física de Carlos Alberto Fernández Pardo generó un silencio estremecedor entre su círculo de allegados, empezando por su familiares directos y amigos. Fue como si una ola gigante cubriese y desmoronase a una enorme montaña; si fuera este el caso, ningún baqueano, por más experimentado que fuese, podría encontrar las sendas con la cuales tradicionalmente regresaba a su casa. Asimismo, el escenario de la vida, para los que quedamos sin su presencia, ha cambiado sustancialmente.

Muchos, desde muy temprana edad, hemos experimentado las pérdidas de seres queridos. También sabemos que existe una larga etapa en la cual la incorporación de afectos supera con creces a las pérdidas que sufrimos por el camino. Al llegar a una edad adulta, aquellas incorporaciones comienzan a ralentizarse; hasta llegar a una última etapa de la vida, en donde las bajas superan ampliamente a las incorporaciones, en caso de que estas últimas existan.

En el orden personal, iniciamos una relación de amistad desde hace más de cuarenta años. Relación solo interrumpida por el hecho de haberme alejado del país por largo tiempo, pero que retomamos inmediatamente a mi regreso. Durante los primeros tiempos, descubrimos la existencia de amigos comunes que representaban etapas de juventud, las cuales dieron sustancia a la construcción de nuestras vidas individuales. En esa época, compartimos muchas horas de conversaciones que giraban en torno de teorías sociales, acontecimientos históricos y especulación sobre la realidad inmediata. Esas largas charlas no fueron en un pulcro ámbito académico, sino que tuvieron lugar en húmedos bodegones donde disfrutábamos de vino agriado, queso rancio y resistentes aceitunas añejas. Fueron tiempos donde solo la docencia, además de vocación, era única fuente de sobrevivencia material.

Nuestra amistad siempre fue equilibrada. Tratábamos los temas de disidencia con la mayor delicadeza, para que no se impongan las diferencias, que probablemente fueron mayores en número respecto a las coincidencias. Fuimos amigos con miradas distintas, pero creyendo que cuando hay amistad, no hay grietas. Nuestra experiencia vivencial nos llevó a la siguiente conclusión compartida: la felicidad, si existe, solo proviene del afecto que emana de nuestras relaciones personales.

Carlos fue un gran cultivador de amistad. Su actitud fue la de compartir generosamente su patrimonio de amigos, promoviendo una extensa cadena de relaciones, sin que ello significase centralizarla en su persona, permitió que cada eslabón se desarrollase independientemente. También fue generoso en reconocer el talento de los otros. No necesitaba desconocer los méritos de los demás, porque era muy consciente de los propios. Sus conocimientos fueron adquiridos a base de sistematicidad, esfuerzo, rigurosidad, arduo trabajo intelectual desde muy joven y hasta sus últimos días.

Carlos destinó la mayor parte de su actividad docente a la Universidad del Salvador. Por suerte, he podido compartir gran parte de ese camino. La USAL fue, sigue siendo en mi caso, un punto de referencia especial para ambos, ya que nos brindó el contexto óptimo para ejercer nuestra actividad docente y, al mismo tiempo, nos integró generosamente a su proyecto institucional. Llegó a ejercer puestos académicos de primerísima responsabilidad en Carreras de Posgrado y fue reconocido como Profesor Emérito, lo cual le permitió mantener su actividad docente hasta hace muy poco y estimular la inquietud intelectual de sus discípulos. Carlos mantuvo siempre su relación armoniosa y afectuosa con la USAL, su sentido de pertenencia lo explicitaba en cada una de sus publicaciones y exposiciones, al identificarse siempre como miembro de esta institución. Nuestra universidad, la cual supo incorporarlo a su elenco docente y mantenerlo en forma permanente por varias décadas, pierde a uno de sus más destacados profesores; sin embargo, puede sentirse orgullosa haber sido respaldo institucional de su agudo y extenso trabajo intelectual.

Respecto al ámbito docente, solo era intolerante con la mediocridad. No admitía que un profesional de las Ciencias Sociales construyera su conocimiento con apuntes, repeticiones, ensayos de popularización y sin haber trabajado su pensamiento con las obras clásicas de cada disciplina. Tampoco concebía un trabajo serio al que no enfocara la realidad desde una mirada teórica, permitiendo relacionar algún hecho o aspecto particular a una visión integral. Si tomamos sus últimos trabajos publicados y las grabaciones de sus exposiciones, podemos apreciar que la pulcritud de sus conceptos, la integración de los mismos en un esquema teórico sólido, los sustentos históricos que avalan su postulados a modo de verificación y la coherencia de sus conclusiones a partir de las premisas iniciales y el plexo de relaciones intermedias, expresan la lucidez y solvencia de un científico social de fuste, que también exigía mucho, a veces demasiado, de sus discípulos.

A todo lo anterior, debemos agregar su clara identificación política, permitiéndole una praxis equilibrada entre el mundo del pensamiento y el de la acción. Para él, había dos conceptos clave: el Poder y la Nación. El primero era requisito indispensable para construir una organización social donde impere la justicia y el bienestar material; sin embargo, era condición necesaria pero no suficiente. El Poder debiera estar dirigido a crear y consolidar las bases materiales, sociales y espirituales de una comunidad nacional que, en vez de aislarse, tendría que participar activamente en el plano internacional afirmando, así, su razón de existencia.

En esa construcción de Nación, el plano religioso tuvo un significado fundamental. La tradición católica en el caso de la República Argentina, era para Carlos, proyectando su experiencia personal, el elemento de integración ética y cultural imprescindible para amalgamar las voluntades individuales que requiere esa magna tarea. Su identificación con el catolicismo no solo era de índole teológica o de herencia familiar, sino que lo fue en términos vivenciales. No hace mucho tiempo atrás, rememorando viejos tiempos, fuimos a almorzar a un restaurante muy popular que frecuentábamos cuando éramos jóvenes. Hablando de nuestras respectivas relaciones familiares, dado que ambos somos hijos únicos, me confesó: “Yo soy hijo de la Iglesia, en tanto, más que mis padres, fue la que me cuidó y orientó en mi niñez y adolescencia”.

Por todo lo anterior, si volvemos a la imagen inicial de la montaña que se llevó el mar y provocó un cambio total en la vida de la región, la desaparición física de Carlos Alberto Fernández Pardo ha dejado un vacío tan grande entre el círculo de familiares y amigos, que la vida de cada uno ya no será la misma sin su presencia. 

Querido amigo, cumpliste una gran tarea en vida. Para los que te conocimos y quisimos, quedarás como referencia. Hoy eres nuestra tristeza por habernos dejado; mañana, cuando te recordemos a través de alguna anécdota, lo haremos con una serena sonrisa. Más allá de tu propia vida y de las nuestras, tus pensamientos y contribuciones serán materia de estudio y discusión de generaciones venideras. Descansa en paz, has logrado tu objetivo”.


 

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