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SECRETARÍA DE PRENSA
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“De milagros y salvaciones”: la historia del Padre Pedro Arrupe en Hiroshima

El 15 de agosto del 2020 se cumplieron 486 años del día que Ignacio de Loyola, soldado convertido en misionero, junto a Francisco Javier, Diego Laínez, Pedro Fabro, entre otros, realizaba el voto de consagrarse a la salvación de las almas, de vivir según una regla y de servir al Papa. Con esa intención iniciaban el largo camino que los llevaría a conformar la Compañía de Jesús.

Una de las tantas maravillosas historias que nos trae la Compañía de Jesús en todos estos años viene de la mano del Padre Pedro Arrupe, General de la Compañía de Jesús nacido en 1907 en Bilbao, España y protagonista de una historia milagrosa.

El 6 de junio de 1938, el Padre Arrupe recibió una carta destinándolo a la misión en Japón, algo que había solicitado varias veces a sus superiores. Allí, vivió experiencias reconfortantes y otras no tanto, ya que sufrió las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial en 1941, año en que fue encarcelado acusado de ser un espía enemigo por el lapso de un mes. Luego de su liberación, partió rumbo a Nagatsuka, una colina a las afueras de Hiroshima.

Precisamente el 6 de agosto de 1945, la ciudad de Hiroshima fue prácticamente destruida por una bomba atómica, en el preciso momento en el que el Padre Pedro Arrupe brindaba una misa a un grupo de religiosos Jesuitas, quienes resultaron ilesos del sorpresivo ataque mundialmente conocido por asesinar a más de 80.000 personas. A pesar de que estaban muy cerca del epicentro de la detonación (tan solo a 5 kilómetros), no sufrieron lesión alguna ni por la bomba en sí ni por la radiación, algo que no les dejó secuelas.

El Padre Arrupe, quien en ese momento tenía 37 años, años después sería uno de los más notables Generales de los Jesuitas. Además, decidió escribir un libro contando los detalles del milagro ocurrido ese día, titulado “Yo viví la bomba atómica”. Arrupe, que había estudiado medicina, y el resto de los jesuitas improvisaron un hospital en la casa del noviciado. Allí lograron acomodar a más de 150 heridos, de los cuales lograron salvar a casi todos, aunque la gran mayoría de ellos sufrieron los devastadores efectos de la radiación atómica en el ser humano.

Agustín Bini, Licenciado en Psicología USAL; docente del Vicerrectorado de Formación y quien acercara esta maravillosa historia de milagro y salvación, dialogó con la Secretaría de Prensa y brindó un mensaje para la comunidad universitaria:

“Me resulta sorprendente constatar que el modo en el que opera Dios no ha cambiado. Es el mismo que implementó en su vida, cuando caminaba por Galilea, Judea y Samaría, hace dos milenios. El modo de Evangelizar de Jesús, el Dios Viviente, se podría resumir en dos simples realidades: Palabras y milagros. Es un método sencillo pero poderoso. Sus enseñanzas resultaban indiscutibles al ver sus milagros. Y sus milagros, a su vez, se asociaban directamente a sus enseñanzas. Ésa fue la pedagogía de Jesús y también la que les indicó a sus discípulos (Mc 16. 14-20).

La propuesta de Jesús es simple: establecer un vínculo profundo con Él; ser contados entre sus amigos. Ese vínculo llevará (a quienes elijan vivirlo) a vivir una vida asombrosa: la santidad. O, lo que es lo mismo, a ser plenamente nosotros mismos, tal como Dios nos soñó al crearnos. Esto es otra muestra de que el método de Dios es siempre el mismo: Palabras y milagros. Todos los santos, sin excepción, hicieron un enorme esfuerzo por seguir las enseñanzas de Dios (Palabras) y, en consecuencia, Dios los fue modelando hasta transformarlos en la maravilla que fueron (milagros).

El milagro más asombroso que Dios hace por quienes luego serán príncipes y princesas en su Reino por toda la eternidad (Lc 22. 28-30), es justamente ayudarlos a ser ellos mismos plenamente, ayudarlos a ser santos. Ese es el milagro más grande que Dios hace por todos sus santos (en esto no hay excepciones) pero en muchos casos no es el único.

La mayor parte de los santos viven situaciones milagrosas en numerosas oportunidades. En algunos casos, los hechos milagrosos pasan a ser parte del día a día en sus vidas. Y es que, como decíamos, ¡el método de Dios es siempre el mismo! Es lógico, estos gigantes espirituales, hombres y mujeres que resplandecen en el Fuego del Espíritu Santo, son quienes mejor pueden hoy seguir lo que Jesús indicó a sus discípulos (Mt 28. 16-20).

Siguiendo con la pedagogía de Dios (Palabras y milagros), también hoy podemos verla con claridad (si queremos). La propuesta de vida que nos hace Jesús es muy clara y se podría resumir en una frase muy breve: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a nosotros mismo (Mt 22. 37-40). La respuesta depende de cada uno de nosotros. 

También hoy podemos constatar los sorprendentes milagros de Dios. Quizá hoy más que nunca, gracias a los medios de comunicación. La cantidad de hechos milagrosos que se han dado en los últimos 120 años es sorprendente.

Comenzamos hablando de un grupo de Jesuitas que sufrieron una detonación atómica sin secuela alguna. Ése fue un gran milagro, pero no el único. Hay una infinidad de fotos, artículos, videos y testimonios de los milagros sorprendentes que vivió el Padre Pío (San Pío de Pietrelcina). Fácilmente se pueden encontrar fotos de los estigmas de este santo, y, por supuesto, los escritos de cientos de personas que dan fe de esto (en muchos casos, de profesionales que han estudiado ese fenómeno sobrenatural). El mismo santo tenía el don de la bilocación, de la percepción interior de las personas, profecías.

Otro hecho sorprendente en nuestro país, hecho que está siendo investigado por la Santa Sede desde hace varios años, es el que se da en el Santuario de la Virgen de Alta Gracia (Córdoba). Allí hay una imagen de la Virgen que es perfectamente visible para todas las personas (incluso también se ve perfectamente en fotos y videos), pero que desaparece de la vista cuando uno está a menos de dos metros. Es decir, cuando uno se acerca, deja de verla y cuando se aleja vuelve a verla.

La realidad del Evangelio sigue siendo la misma que en sus comienzos. Dios nos ofrece un estilo de vida, pero no nos obliga a seguirlo. Cada uno de nosotros puede elegir si quiere seguir la propuesta de Dios o no. Si elegimos aceptar su invitación, el "techo" lo ponemos nosotros. Si nosotros no ponemos un "techo" a nuestro crecimiento, nuestra vida será como la de los príncipes que ya gozan de la única Realeza que no conocerá su fin. Dios jamás pone límites a la santidad de un hijo suyo.

Si queremos, podemos ser santos. El sí de Dios ya lo tenemos desde el día de nuestra concepción. La decisión es nuestra. El mismo Dios que protegió a los Jesuitas de la bomba atómica nos hará santos si se lo pedimos auténticamente. Y es que el milagro de la santidad es infinitamente más grande que el milagro de vivir una detonación atómica sin que nos pase nada”.

Para leer más sobre esta maravillosa historia: https://www.vaticannews.va/es/mundo/news/2019-08/74-anos-despues-hiroshima-nagasaki-vivencia-pedro-arrupe.html



 

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