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35 años en Suiza, la eternidad en Argentina

Aunque el universo de las artes a menudo se configura como un mundillo al que no todos accedemos fácilmente, hay figuras de las que nos adueñamos mucho más allá de nuestras lecturas. Borges es una de ellas: no debe haber un solo argentino que no lo conozca, incluso si no ha leído ninguna de sus obras. 

A 35 años de su muerte, y en contra de lo que el imaginario a veces construye sobre él, Borges se ha hecho parte identitaria de nuestra configuración nacional sin duda alguna. Es cierto que se nutrió abundantemente de literaturas europeas, es cierto que la literatura inglesa fue para él fundamental y es cierto que su temperamento parco y sus convicciones ideológicas a menudo lo alejaron de la idea de “popular”. 

Se dice livianamente que Borges no es para todos, y se desconoce en esa afirmación la especialísima relación que él y la ciudad de Buenos Aires supieron construir: le dedicó poemas enteros. Es cierto: poemas teñidos muchas veces de un pesimismo notable, pero también es cierto que la geografía porteña se configura para él como un espacio de pertenencia, incluso si él no siempre logra pertenecer: “Hacia el Oeste, el Norte y el Sur / se han desplegado -y son también la patria- las calles”.

Se cree a veces que los mundos que Borges creó supieron captar situaciones o personajes ajenos a nuestra identidad, y se ignora en esa convicción el hecho de que nuestro mismísimo Martín Fierro, cuya argentinidad no ponemos en duda, supo aparecer en sus relatos con un carácter humano y una sensibilidad indiscutibles. ¿Cómo podemos pensar, si no, el hecho de que en “El Fin”, nuestro gaucho volviera con un pesar, que todavía cantaba, ¿a saldar la deuda que dejó con otros personajes a los que malhirió? 

Ni hablar, por otra parte, de que su ciudad supo ser literalmente y por un breve y literario instante el centro del universo: en “el Aleph”, ese dispositivo imaginario en el que Borges concentró todos los tiempos y todos los espacios, toda la historia humana en un solo punto espacial que quedaba, ¿dónde, si no? En Buenos Aires. 

No se trata, finalmente, de preguntarnos qué tan argentino fue Borges, sino de pensar qué de todo lo que supo decirnos le canta a nuestra identidad. Alguna vez el autor afirmó que “Que cada hombre construya su propia catedral. ¿Para qué vivir de obras de arte ajenas y antiguas?”. Se trata también de saber que en la catedral de sus obras, hay un altar para nuestra historia y para nuestros héroes, para nuestras calles, nuestros pueblos y nuestra gente.  Y se trata, por último, del hecho de que su cuerpo podrá estar desde hace 35 años en Suiza, pero su legado está en nuestra patria. 


Lic. María Constanza Espósito, Profesora de la Escuela de Letras de la Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales


 

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