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Conmemoración del Bicentenario del paso a la Inmortalidad de Manuel Belgrano

El licenciado Francisco Auza. Candidato a Doctor en Relaciones Internacionales (USAL), Licenciado en Relaciones Internacionales (USAL), Licenciado en Ciencia Política (USAL), Profesor en Ciencias Sociales (Instituto Hernandarias), docente Facultad de Ciencias Sociales (USAL), Fuerza Aérea Argentina, Escuela Superior de Guerra Aérea (ESGA), docente investigador Universidad de la Defensa Nacional (UNDEF), escribió un artículo con motivo de la “Conmemoración del Bicentenario del paso a la Inmortalidad de Manuel Belgrano”

La historia hispanoamericana y, de forma particular, la argentina, se caracterizó por la actuación de hombres de valerosa conducta, cándida bravura e intenso fulgor. La acción de muchos de estos grandes exponentes no tenía fin con el mero resultado de sus gestas; por el contrario, la magnanimidad de las figuras se coronó con la humildad de su puesta en práctica y con el irrenunciable valor patriótico de sus conductas. 

Manuel Belgrano fue, y es, una de las figuras con mayor reconocimiento y trascendencia de la historia argentina.  Nació en Buenos Aires como Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano el 3 de junio de 1770, en aquél entonces Virreinato del Perú. El Virreinato del Río de la Plata recién vería la luz seis años más tarde, en 1776. Fue hijo de María Josefa González Casero, porteña, y Doménico Belgrano Peri, comerciante italiano oriundo de Onella .

La niñez de Belgrano la transitó en los claustros del Colegio de San Carlos en donde, tras culminar sus estudios, se dirigió en 1786 al Viejo Continente para estudiar Derecho en las Universidades españolas de Salamanca y Valladolid, en donde se recibió y se destacó como estudiante . Allí inició sus primeros fuertes vínculos con el mundo académico y de los grandes filósofos y pensadores políticos europeos de la Ilustración, tales como Voltaire, Montesquieu y Rousseau. Asimismo, el escenario europeo le permitió adentrarse y analizar los efectos de la Revolución Francesa para visualizar su posible impacto en América.

La personalidad de genio inquieto de Manuel Belgrano no lo detuvo en la ciencia del Derecho, sino que sus investigaciones lo condujeron por las disciplinas de la Economía, la industria, el comercio, la agricultura, la política y la educación, entre otras tantas. En tanto, los múltiples escenarios y caminos por los que transitó Belgrano lo describieron, de forma natural, como un hombre dinámico y multifacético.

Belgrano llevó de forma intrínseca el ideario y la convicción de devolver a su país todo aquello bueno y generoso que éste le brindó. De tal forma, interpuso su genio creativo, dócil y amable al servicio de la Patria. Esta elección, condujo a Belgrano a una casi inagotable labor por la que entregó a la Argentina invaluables obras y aportes.

Pocos meses antes de su regreso de Europa, se nombró a Belgrano como Secretario Perpetuo del Consulado de Comercio de Buenos Aires el 2 de junio de 1794, cargo que mantendría hasta el año 1810 previo al estallido de la Revolución de Mayo, y en el que se encargó de la resolución de pleitos mercantiles en el ámbito de la justicia y por el que dio fundamental impulso a las actividades agrícolas, comerciales e industriales del Virreinato. El trabajo inclaudicable que, muchas veces lo enfrentó a varios de los miembros del Consulado por motivo de la conducta antimonopólica respecto al comercio , llevó a Belgrano a enfatizar la necesidad de crear una nueva educación de vanguardia, prolífica. Bajo este impulso, el prócer fundó -junto a Ventura Miguel Marcó del Pont-  la primera Escuela de Náutica y la Academia de Geometría y Dibujo, ambas durante el año 1799. En igual dirección, propuso la creación de escuelas agrícolas, al conocer la importancia del ciclo de la producción en un país agroexportador; de comercio y de enseñanza primaria gratuita -también para mujeres-, así como de una Academia de matemática. Toda esta expresión, no fue más que su ímpetu por combatir la ignorancia y una prueba de la gran cosmovisión belgraniana.

La labor militar de Belgrano fue más un designio que una propia elección, en sus propias palabras “mi aplicación poca o mucha, nunca se dirigió a lo militar, y si en el 1796 el virrey Melo, me confirió el despacho de capitán de milicias urbanas de la misma capital, más bien lo recibí como para tener un vestido más que ponerme, que para tomar conocimientos en semejante carrera” 

El gran prócer daba, de esta manera, comienzo a su extensa y agotadora carrera militar. Se convirtió en capitán frente a las invasiones inglesas en 1806, un año más tarde actuaría como ayudante de campo del cuartel maestre en repulsa del ejército de Whitelocke . Tras el estallido de la Revolución de Mayo de 1810, en la que fue parte de la insurrección y en la que participó del cabildo abierto del 22 para el reemplazo del Virrey, formó parte de la Junta provisoria, quien lo envió a Paraguay como representante y general en jefe de una expedición del ejército. Pese a la derrota de su milicia en el territorio paraguayo, en las batallas de Paraguarí y Tacuarí, sembró las semillas revolucionarias y patrióticas de libertad en esas tierras. 

A Belgrano se le encargó el ejército para poner sitio a Montevideo, a comienzos del año 1811, pero luego de la revuelta en el que las fuerzas de Cornelio Saavedra tomaron el control de la Junta Grande, tuvo que dejar su lugar a José Rondeau y afrontar un juicio por sus acciones con el ejército del norte, del que salió inocente de las acusaciones y en el que se resaltó su coraje y patriotismo . El mismo reconocido arrojo fue el que le permitió poner fin al motín de las trenzas a fines de diciembre de 1811 y enarbolar por primera vez el pabellón azul y blanco “conforme a los colores de la escarapela nacional” , a orillas del río Paraná frente a los realistas de Montevideo, el 27 de febrero de 1812.

La dimensión y la escala de los actos de Belgrano son inmensas. La idea de inabarcable se hace presente al observar en un perfecto continuo una acción tras otra a lo largo de los cortos años de vida del prócer. Junto a las temerarias, pero siempre razonables, campañas del ejército del norte reveló su inclaudicable valía y tesón. En los triunfos de Tucumán y Salta -1812, 1813 respectivamente-, junto al éxodo jujeño, en el que ordenó al pueblo de la provincia replegarse y quemar lo que allí quedara para evitar el avance enemigo, se forjó su temple. 

No sería la acción diplomática que llevó adelante en Europa, a fin de lograr el éxito internacional de la Revolución de Mayo y un reconocimiento de la futura independencia, la más exitosa de sus misiones. Su motivo no radicó en la falta de mérito, sino el contexto internacional que veía temerosa el regreso de Napoleón. Era el mismo que,  reavivaba el retorno del Antiguo Régimen a partir del Congreso de Viena de 1814 y de la Santa Alianza, de 1815, para  restablecer las antiguas fronteras y colonias de las monarquías europeas en el afán de aplastar las revoluciones liberales. Más bien, sería la declaración de independencia la consumación su mayor anhelo y la manifestación del vasto esfuerzo de Belgrano. El mismo que le permitió ser uno de sus impulsores y expresar ante los diputados del Congreso de Tucumán, de julio de 1816, el gobierno de una monarquía de corte parlamentaria a cargo de un descendiente Inca. La medida se fundó en la idea de evitar la pérdida de los pueblos altoperuanos y frenar -bajo un reinado americano representativo- los ímpetus y acciones europeas contra la independencia del sur del Continente.

Si bien se le volvió a encomendar el ejército del norte, el gran desgaste físico y el deterioro de su salud le impidieron hacer frente a todos los flancos que tan vasto despliegue requerían. En virtud de su aspiración por seguir la campaña hacia el norte del territorio altoperuano, que resultaba imposible por las condiciones materiales y de tropas; los enfrentamientos entre facciones unitarias y federales, que ya marcaban la futura anarquía y que él mismo cuestionó, Belgrano se vio obligado a regresar a Buenos Aires. 

El 20 de junio de 1820, Manuel Belgrano pasó a la inmortalidad y dejó el eterno recuerdo de un hombre digno, honesto y humilde, quien nació en una de las familias más acaudaladas de Buenos Aires y decidió morir en la pobreza. Fiel a sus convicciones, a su conducta consecuente entre el ser y hacer, tuvo el mayor reconocimiento y consideración de sus connacionales, incluso, de sus enemigos. La acción de este patriota no tenía fin con el mero resultado de sus gestas; por el contrario, la magnanimidad de su figura se coronó con su humildad en sus mayores gestas y en el ejercicio del estoico valor patriótico de sus conductas.

 

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