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SECRETARÍA DE PRENSA
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Morir con dignidad

La inflación, la corrupción, la inseguridad son, además de otras, grandes y graves preocupaciones en nuestra vida cotidiana; de todas maneras, no nos pueden hacer perder de vista aquellas otras exigencias que conectan con el sentido pleno de la vida, su origen, transmisión y destino. Sólo atender a las primeras sería como intentar subir a un tren desentendiéndonos que va a descarrilar. Sería quedar a medio camino, procurando mejores condiciones de vida, económica y social, pero insensibilizarnos o evadirnos respecto al valor, sentido y dignidad de esa vida en su totalidad. 

Estas consideraciones deben ser tenidas en cuenta, por ejemplo, ante propuestas que proponen una ley de eutanasia. En términos generales, por eutanasia hay que entender el acto de acabar con la vida de un enfermo terminal con el fin de eliminar su sufrimiento. Últimamente, también se habla de suicidio médicamente asistido para referirse a la situación en la cual se pone a disposición del enfermo todo lo que precisa para acabar con su propia vida.

No coincidir con ambas actuaciones, no implica posicionarse en la “distanasia” que consistiría en prolongar inhumanamente la vida, impidiendo una muerte digna. Lo esperable es la “ortotanasia” en la que se respeta la vida humana junto con el derecho a morir dignamente. O sea, hay que distinguir entre el valor ético de dejar morir con dignidad a un enfermo terminal, recurriendo al uso de analgésicos para mitigar el dolor del enfermo terminal, sin acudir a medios desproporcionados, y la eutanasia propiamente dicha, que implica la intención explícita de acabar con la propia vida o la de otro.

En ese sentido, el llamado “derecho a morir” no hay que entenderlo como procurarse o hacerse procurar la muerte, sino como el derecho de morir con toda serenidad y dignidad, aliviando el sufrimiento de quienes lo necesiten. Tal es la finalidad de los cuidados paliativos que buscan atender la dignidad del paciente, especialmente en el tratamiento del dolor, y en asegurarle que no se le va a abandonar.

Es decir, no se trata de propiciar el encarnizamiento terapéutico o una prolongación artificial, sino que “ante la inminencia de una muerte inevitable, a pesar de los medios empleados, es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir, sin embargo, las curas normales debidas al enfermo en casos similares” (Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la eutanasia, 5 de mayo de 1980).

En esa perspectiva se ha manifestado, el 18 de agosto de 2022, la Comisión Episcopal para la Vida ante el anuncio de distintos proyectos de ley de Eutanasia promovidos en ambas Cámaras del Congreso de la Nación. Al respecto se sostiene que todos los enfermos deben ser cuidados y acompañados –aun los que no tienen curación posible– para que sea respetada su vida hasta la muerte natural. 

De este modo, se valoran positivamente “los cuidados paliativos e integrales, que alivian el dolor en la enfermedad grave y ayudan al que sufre y da mucho fruto en la persona humana y en su familia. Es fundamental acompañar la angustia del que sufre, su dolor físico y espiritual. Lo propio de la medicina es curar, pero también aliviar y humanizar el proceso de la muerte”. 

Ver el texto completo de la Comisión Episcopal en: https://episcopado.org/ver/3466

Otras consideraciones sobre los proyectos presentados en: https://centrodebioetica.org 

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