Personas conscientes
Continuando con la presentación de las cualidades de la excelencia humana según la perspectiva de la Pedagogía Ignaciana, las llamadas 4 C, esta vez nos referiremos a la propuesta de desarrollarnos como personas conscientes.
Aquí no aludiremos a la formación de la conciencia moral entendida como la habilidad de la persona humana para distinguir entre correcto o incorrecto, entre el bien y el mal.
Ahora solamente estamos haciendo referencia a otras acepciones del concepto de conciencia, aunque interrelacionadas entre sí.
Conciencia de uno mismo y conciencia social
La actividad académica y la preparación profesional es un momento privilegiado de la vida para el conocimiento de uno mismo y la realidad circundante. Es una gran oportunidad para ampliar la conciencia.
Tomar crecientemente conciencia de uno mismo conduce también a reconocer la contingencia y la fragilidad de la existencia. Se percibe así la vida como un regalo que nos mueve a ser agradecidos; nos vuelve personas que perciben la vida como un don y su dimensión de gratuidad. Esta percepción es contraria a la omnipotencia y al egocentrismo, comportamientos que obstruyen el desarrollo de la propia personalidad y el consiguiente desempeño profesional de tipo colaborativo, hoy particularmente exigido en el ámbito laboral.
También se trata de hacernos conscientes de nuestra propia dignidad y responsabilidad en el cuidado de nuestra propia vida que incluye inseparablemente el reconocimiento de la dignidad y el cuidado de los demás. Para un profesional competente y consciente los demás no son meros objetos sino personas igualmente dignas y llamadas a realizarse plenamente.
El examen de conciencia ignaciano
Para San Ignacio de Loyola el examen de conciencia no es un ejercicio narcisístico o una simple introspección. Para Ignacio la conciencia es “lo propio mío”; es decir “mi mera libertad y querer" (Ejercicios Espirituales 32). El despertar de la conciencia en Ignacio se inicia con la comprensión de la diversidad de los movimientos interiores y el discernimiento de su origen. Ignacio reconoce la fragilidad de la autointerpretación y recomienda comunicar los pensamientos en el diálogo con otros (acompañamiento espiritual, discernimiento comunitario) para proteger la conciencia de las actitudes personales no ordenadas y mecanismos de autojustificación.
La tarea de volvernos más conscientes, no es solo reflexión u oración, se incrementa en la medida que transforma nuestra vida y nos mantenemos con los ojos abiertos más allá de nuestros pequeños intereses y preocupaciones. La ampliación de conciencia en la espiritualidad ignaciana es un proceso integral: autoconocimiento, discernimiento (personal y comunitario), y acción competente y compasiva.
Mg. Eloy Mealla
Seminario Permanente Pedagogía Ignaciana
Vicerrectorado de Formación (VRF)
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