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Enrique Shaw y la justicia social

En el magisterio social pontificio, la locución “justicia social” aparece por primera vez en la carta encíclica Quadragesimo anno (15 de mayo de 1931) del Papa Pío XI. En realidad, el contenido conceptual puede remontarse, al menos, a 1891 con la publicación de la carta encíclica Rerum novarum (5 de mayo de 1891) del Papa León XIII. Tratándose de uno de los principios de la vida social, podría afirmarse que ella está inscripta en el dinamismo natural de la vida política que asume, eminentemente, las otras dimensiones de la “vida en común” característica de los hombres. Como ejemplo, podría mencionarse la economía o la cultura.

No obstante el contexto económico en el que suele aparecer la referencia a la justicia social, lo cierto es que, análogamente, puede también adoptar un significado eminente cuando se trata, no ya de la provisión de bienes materiales, sino de los más nobles. Si la vida social es un auxilio para que los hombres alcancemos el último fin, es decir, la felicidad y, a su vez, el hombre es un compuesto substancial de alma y de cuerpo ¿por qué habría que excluir de la práctica de la justicia social la procuración de los mejores bienes?

Dicho esto, puede afirmarse con fr. Eberhard Welty, O. P. que la justicia socialno es una nueva e independiente especie de justicia sino una nueva expresión que comprende conjuntamente la justicia legal y la distributiva”, es decir, la combinación entre la inclinación del voluntad humana de dar a la comunidad todo lo que le pertenece (legal) y aquella que obliga a repartir los bienes y las cargas proporcionalmente entre los miembros de la comunidad (distributiva).

En este sentido, es muy interesante examinar el pensamiento socio-económico del venerable Enrique Shaw. Él ocupó un puesto privilegiado en la sociedad argentina desde el cual no solamente teorizó sobre la alianza entre la vida económica y el bien común sino, sobre todo, fue un protagonista notable de las relaciones entre el capital y el trabajo al interior de la empresa como comunidad de trabajo y como comunidad de vida.

Enrique Shaw es autor de un trabajo titulado “La empresa, su naturaleza, sus objetivos y el desarrollo económico”. Se trata de una colaboración presentada con Carlos Domínguez Casanueva al XI Congreso Mundial de la Unión Internacional de Asociaciones Patronales Cristianos (UNIAPAC) en Santiago de Chile en 1961.

Al hablar de la perfección cristiana de la empresa, Shaw y Domínguez Casanueva sostienen que la empresa “no debe contentarse con una perfección puramente natural sino que ha de tender también a la perfección cristiana”. Con Pío XII, sostienen que hay cuatro escalones que deben subir las empresas para “alcanzar la perfección humana y cristiana” (cf. Pío XII, Discurso a la UNIAPAC, 31/01/1952). El primero es el de la finalidad económico-individual; el segundo, la finalidad técnico-económica; el tercero, la finalidad económico-social y el cuarto, finalmente, la finalidad humana y cristiana. La referencia a la justicia social aparece en el tercer escalón cuando citan a Pío XII: “El tercer escalón está representado por la finalidad económico-social que consiste en concebir la empresa como un factor del aumento de la producción y de la equitativa distribución. Con ser más elevado que los anteriores, este escalón no es el más alto. El Pontífice así lo proclama al decir que la empresa es más que un factor importante de la vida económica, más que simple –aunque laudable– ayuda al desarrollo de la justicia social”.

Al momento de sacar “algunas consecuencias prácticas”, luego de recordar que los bienes producidos en la empresa deben satisfacer “auténticas necesidades humanas” y que hay “una jerarquía en las necesidades de una población determinada en un momento dado”, ambos autores sostienen que por necesidades humanas “se entiende las de los integrantes de todas las categorías sociales. La riqueza económica de un pueblo no consiste solamente en la abundancia total de los bienes, sino también, y más aún, en su real, eficaz y justa distribución para garantía del desarrollo personal de los miembros de la Sociedad, en lo que consiste el verdadero fin de la economía nacional”.

En el mismo apartado de “algunas consecuencias prácticas”, señalan:

“Precisamente hemos visto que una de las finalidades de la empresa es procurar el bien común de la sociedad, es decir un orden, una proporción estable y armoniosa de las relaciones sociales que favorece que cada persona, cada familia, pueda alcanzar su bien propio.

El bien común tiene pues un triple contenido: económico, cultural y espiritual. El hombre es un todo: la vida económica no se halla aislada de la vida cultural y espiritual, sino que influye notablemente en ella”.

En la conclusión de su colaboración, Enrique Shaw y Carlos Domínguez Casanueva señalan: “Lo importante es que, como todo grupo dirigente de la sociedad, la empresa no se desinterese del desarrollo económico. Más aún, no es ni siquiera suficiente que subordine su propio interés al del bien común; debe lograr armonizar los intereses públicos con los particulares de modo tal que lo que contribuye al bien común coincida con su propio interés”, es decir, debe hacer al bien común como propio.

Valgan estas espigas de la obra de Enrique Shaw para ilustrar su pensamiento vinculado a un orden social justo conforme al derecho natural y cristiano.

Por último, cabe señalar que con un deseo auténtico de conocer la verdad y con buena voluntad se puede arribar a una concepción adecuada de la justicia social. A la mano de todos se encuentra el patrimonio perenne de la Doctrina Social de la Iglesia. Basta con acercarse a él para asombrarse del feliz vínculo que existe entre los principios sobrenaturales y naturales de la vida social. La recompensa por intentarlo es enorme.



Germán Masserdotti, Profesor del Vicerrectorado de Formación (VRF) de la Universidad del Salvador (USAL)

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