Justicia: bisagra principal
La clasificación de las virtudes –según el llamado pensamiento clásico que deriva de antigua Grecia– señala a la Templanza, Prudencia, Fortaleza y Justicia como virtudes cardinales. De este modo, se quiere indicar que ellas son principales y primordiales en el conjunto de la vida moral, pues el término “cardinal” es una voz latina que significa gozne o bisagra sobre la cual las demás cosas giran o se apoyan. De ahí también deriva la expresión “cardenal” que se refiere a aquellos que especialmente colaboran con el Papa en la animación de la Iglesia a nivel universal.
Dada las controversias actuales que se generan en torno a la noción de justicia, en esta ocasión nos detendremos en ella. El Papa Francisco –en una reciente audiencia de los miércoles– la llamó “la virtud social por excelencia”, en cuanto que trata de regular con equidad las relaciones entre las personas. Es decir, la justicia procura que “en una sociedad cada uno sea tratado según su dignidad”. Sin justicia no hay paz. Sin justicia –y sin instituciones que la impartan podemos agregar– solo se impone el más fuerte y poderoso sobre los débiles.
No obstante, la justicia es una virtud que no sólo concierne a los tribunales y a un Estado, por algunos menospreciado, que la garantice eficientemente, sino que también tiene que caracterizar –según lo recuerda Francisco¬¬– con nuestra vida cotidiana. En efecto, la justicia institucional no alcanza debe estar acompañada –como también enseñaban los antiguos, afirma Francisco– por otras actitudes virtuosas: como la benevolencia, el respeto, la gratitud, la afabilidad, la honestidad.
En este sentido, la persona justa no sólo se preocupa por su bienestar individual, por legítimo que sea, sino que comprende que no puede haber verdadero bien para él si no hay también el bien de todos. Asimismo, la virtud de la justicia –puntualiza Francisco¬– establece “que las personas den lustre a los cargos, y no los cargos los que den lustre a las personas”.
Además, el comportamiento justo rehúye conductas nocivas como la calumnia, el falso testimonio, el fraude, la usura, la burla, la deshonestidad, y reconoce un salario justo a los trabajadores. En definitiva, concluye el Papa en su alocución, los justos no son censores de los demás sino personas rectas que "tienen hambre y sed de justicia" (Mateo 5,6), soñadores que custodian en su corazón el deseo de una fraternidad universal. Y de este sueño, especialmente hoy en día, todos tenemos una gran necesidad. Necesitamos ser hombres y mujeres justos, y esto nos hará felices”.
Eloy Mealla
Seminario Permanente Pedagogía Ignaciana
Vicerrectorado de Formación
Universidad del Salvador (USAL)
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