In Memoriam: Emilio Saguir
Corría el año 70. Un profesor sorprendido por la calidad de un trabajo presentado por un alumno, preguntó quién era ese alumno. Tímidamente, por la mitad de una fila a la derecha, alguien levanta la mano. ¿Quién era? Emilio Saguir, que, con treinta y tres años, y luego de una vida de trabajo y sacrificio, en un contexto que no tenía nada que ver con el mundo académico y de haber hecho el secundario de grande en una escuela nocturna, había decidido estudiar Ciencia Política. ¿Y dónde, si no? En la Universidad del Salvador (USAL). Desde ese momento, comenzó una carrera que seguramente ni el mismo imaginaba. Demás está decir, entre ese alumno y aquel docente se estableció una profunda amistad que perduró hasta nuestros días.
Lamentablemente Emilio, como lo llamábamos todos, ya no está con nosotros. Es muy difícil encontrar en un profesional tan destacado a una persona tan generosa, tan humilde y tan querida por sus colegas y alumnos.
Profesor de profesores, como era llamado, no hay casi institución académica de la ciencia política que no cuente con algún docente del cual Emilio no haya sido profesor.
Cualquiera fuera el evento académico, siempre alguien lo venía a saludar con ese cariño que a muy pocos se le prodiga. Y él simplemente decía: “fue alumno mío”. Para él eran como hijos esparcidos por el mundo que transmitían la buena nueva de una Ciencia Política que se había liberado de la impronta puramente especulativa para convertirse a una disciplina de base empírica, que fundamentaba sus afirmaciones en una observación sistemática de la realidad y a la que Emilio dedicó su esfuerzo a lo largo de toda su vida. Y esa era su peculiaridad. Lo que lo distinguía. Era profesor de materias teóricas, pero siempre aparecía en él su fuerte formación metodológica, especialidad en la cual también fue docente en sus inicios. Eso era lo que lo diferenciaba.
Utilizaba en sus clases una lógica nada común en los docentes de materias teóricas. Tenía casi una obsesión por la definición de los conceptos que utilizaba, seguro de que una disciplina científica para ser tal necesitaba manejarse con definiciones claras, siguiendo aquello de que el conocimiento científico debe ser “claro y preciso”. Y esto deviene de su formación metodológica. Tenía presente que siempre la última palabra la tenían los datos, independientemente de que nos gustaran o no. O como se dice hoy “dato mata relato”. Rechazaba tajantemente aquello de que, si la realidad no coincide con lo que pienso, peor para la realidad.
Siguiendo las enseñanzas de Max Weber y sabiendo las dificultades que ello encierra, buscaba siempre la verdad, en cuya existencia creía, lejos de todo idealismo y relativismo. Siempre luchó contra la contaminación ideológica de la Ciencia Política y de las ciencias sociales e general. Fue un demócrata de fuste. Enfrentó críticas y cuestionamientos, pero siempre se mantuvo firme en sus posiciones. Y contrariamente a lo que podría pensarse, esto le valió el reconocimiento de los miles de alumnos que pasaron por sus cátedras.
Como docente era prolijo y organizado. Trazaba un cronograma y lo cumplía a rajatabla. Su bibliografía estaba seleccionada con la misma prolijidad. Año tras año dejaba un grueso volumen en las fotocopiadoras – hoy casi inexistentes - con todo el material de las clases para que nadie dejara de disponer de ellas o alegara que no lo había encontrado. Esto también generaba el reconocimiento de los alumnos. Desmentía en los hechos aquello de que la prolijidad está reñida con la calidad. Nunca necesitó dejar el saco y la corbata, aparecer mal afeitado o el pelo revuelto, para demostrar su calidad docente, como es bastante común en nuestras disciplinas. Lo mismo en el Salvador que en la UBA, o en cualquier institución donde se desempeñara.
Su vocación no tuvo limites. Se entregó a ella más allá de cualquier interés personal. Siendo una autoridad académica, no tenía reparos en reemplazar a un profesor cuando no se hacía presente o inclusive hacerse cargo desinteresadamente una materia.
Su principal preocupación fueron siempre los alumnos. Gozaba con su presencia. Además de los conocimientos nunca dejó de tomar en cuenta los aspectos emocionales. No dudaba en darles una oportunidad más, siempre dentro de los reglamentos, cuando consideraba que se lo merecían. Las cartas de reconocimiento, que no era afecto a mostrar, salvo excepciones, llenarían de orgullo a cualquier docente.
Supo articular muy bien el sentido práctico, tal vez heredado de su actividad laboral previa a su ingreso a la Universidad, con la exigencia académica. Nunca vivió la universidad como un mundo aparte, ni tampoco se creyó nunca superior a nadie. Su perfil muchas veces no respondía a los estereotipos institucionalizados. En este sentido no era un profesor como todos. Y menos un intelectual. Tampoco lo pensaba de sí mismo.
Con el tiempo, aquel alumno que llamó la atención de aquel docente por un trabajo práctico, con esfuerzo, constancia, compromiso, vocación y responsabilidad llegó a convertirse en Director la Escuela de Ciencia Política de la Universidad del Salvador, de donde él mismo había egresado, por más de veinte años. Quizás el período más fructífero de la carrera. Con el tiempo se especializó en Sistemas Políticos Comparados, materia que dictó no sólo en la Universidad del Salvador, sino también en la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde llegó a ser profesor titular de esa materia hasta su jubilación.
Integró en diversas oportunidades la Comisión Directiva de la Sociedad Argentina de Análisis Políticos (SAAP), de la que fue un colaborador permanente, ocupara cargos o no. Sus Congresos lo encontraron siempre actuando como Jurado o coordinando distintas mesas de trabajo. En 2007 tuvo a su cargo la responsabilidad de organizar el Congreso de la SAAP que se realizó en nuestra Universidad. Todo estuvo a su cargo. Desde la selección de los trabajos hasta el servicio de cafetería. Fue un trabajador incansable. Estuvo siempre donde había que estar, fuera algo académico o no.
En diciembre de 2018 la Carrera de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires (UBA), le rindió un homenaje a su trayectoria, en el salón de actos de la Facultad de Ciencias Sociales. Un salón colmado de público, en el que recibió múltiples adhesiones de sus más destacados colegas, algunas provenientes del exterior.
Siendo Profesor Emérito de la Universidad del Salvador, en agosto de 2024 fue designada “Persona Destacada de la Cultura” por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Todo un orgullo para nuestra Casa de Estudios.
Nos dejó no sólo un académico sobresaliente, que supo hacer escuela y desarrolló una impronta que sigue presente en la Ciencia Política, si no que se nos fue una persona excepcional. Humilde, generosa, sencilla, respetuosa y a quien todos sus colegas y alumnos querían y respetaban. Estuvieran de acuerdo con él o no.
Querido Emilio. Siempre estarás entre nosotros.
Mg.Juan Carlos Iorio, Profesor Emérito de la Universidad del Salvador (USAL).
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