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Educar para convivir

Hace varias décadas, la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) encargó a Jacques Delors un estudio sobre la perspectiva de la educación en el mundo de cara al siglo XXI. Su respuesta fue la obra “La educación encierra un tesoro” (1996) –habitualmente conocido como Informe Delors– que señalaba cuatro pilares desde los que debe desplegarse la acción educativa. Lo expresaba con cuatro verbos: aprender a conocer, aprender a ser, aprender a hacer y aprender a convivir. 

A este último objetivo –sin olvidar los otros que le están íntimamente entrelazados– apunta el documento La identidad de la escuela católica. Para una cultura del diálogo publicado a principios de 2022 por la Congregación para la Educación Católica, organismo de colaboración directa con el Papa Francisco. 

Justamente el texto expresa que “la educación se encuentra hoy ante un desafío que es central para el futuro: hacer posible la convivencia entre las distintas expresiones culturales y promover un diálogo que favorezca una sociedad pacífica”.

Si bien el documento –como su título indica– está dirigido a la escuela, que en nuestro sistema escolar conocemos como enseñanza primaria y secundaria, múltiples aspectos de sus contenidos pueden también aplicarse al ámbito universitario. De hecho, muchos miembros de nuestra comunidad académica también están vinculados a esos primeros segmentos educativos como profesores, padres de familia o mantienen vínculos como ex-alumnos.

El texto comienza manifestando la necesidad de una mayor conciencia y consistencia de la identidad católica de las instituciones educativas de la Iglesia en todo el mundo teniendo en cuenta el crecimiento del diálogo interreligioso e intercultural. Ahora bien, el documento también afirma que, retomando palabras del Papa Francisco, “no podemos construir una cultura del diálogo si no tenemos identidad”. 

Por identidad se entiende que como institución educativa se ofrece una cultura orientada a la educación integral de las personas. Es decir, impulsa el desarrollo de las facultades intelectuales e introduce en el patrimonio de la cultura conquistado por las generaciones pasadas, promueve el sentido de los valores, prepara a la vida profesional y fomenta relaciones sociales y fraternales como condición para convertirse en personas capaces de construir una sociedad basada en la justicia y la solidaridad.

En cuanto a su identidad específica, se trata de brindar “la concepción cristiana de la realidad” en que la razón entra en diálogo con la fe, permitiendo “acceder también a verdades que trascienden los datos de las ciencias empíricas y racionales por sí solas, para abrirse a la totalidad de la verdad con el fin de responder a las preguntas más profundas del alma humana que no se refieren solo a la realidad inmanente”.

En ese sentido, “cada disciplina –señala el texto– no presenta sólo un saber que adquirir, sino también valores que asimilar y verdades que descubrir”. Todo esto, exige un ambiente caracterizado por la búsqueda de la verdad, en el que los educadores son competentes, convencidos y coherentes, maestros de saber y de vida.

El documento también indica que las instituciones educativas de la Iglesia y las de inspiración cristiana si bien no piden la adhesión a la fe, sí están llamadas a crear las condiciones para que sus integrantes desarrollen la aptitud de búsqueda sobre el sentido del propio ser y de la realidad, “hasta llegar al umbral de la fe” para luego, a cuantos deciden traspasarlo, se les ofrezca los medios necesarios para seguir profundizando esa experiencia.  A ello se agrega la importancia de acompañar a los estudiantes en el conocimiento de sí mismos, de sus aptitudes y recursos interiores para que puedan vivir conscientes de sus opciones de vida. 

Las instituciones educativas, por lo tanto, deben practicar “la gramática del diálogo”, no como una simple técnica sino como una “modalidad profunda de relación”. El diálogo combina la atención a la propia identidad con la comprensión de los demás y el respeto al otro.

El Papa Francisco ha dado –recuerda el documento– tres indicaciones fundamentales para favorecer el diálogo: el deber de la identidad, pues no se puede dialogar desde la ambigüedad o la complacencia; la valentía de la alteridad, tratando al otro no como a un enemigo sino como a un compañero de ruta; y la sinceridad de las intenciones que no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino para transformar la competición en cooperación.

A eso apunta precisamente el Papa Francisco con su propuesta de un Pacto Educativo Global que haga frente a la crisis en las relaciones entre generaciones, a la fragmentación social y a la indiferencia, y provea de respuestas convincentes ante la actual “metamorfosis no sólo cultural sino también antropológica que genera nuevos lenguajes y descarta, sin discernimiento, los paradigmas que la historia nos ha dado” (Papa Francisco, Mensaje para el lanzamiento del Pacto Educativo)”.,

Se trata que la educación –ciertamente en cualquier nivel– sea capaz de transmitir no sólo el conocimiento de contenidos técnicos, sino también, y, sobre todo, una sabiduría humana y espiritual, hecha de justicia y en el reconocimiento de la dignidad de cada persona, para formar personas capaces de hablar “el lenguaje de la fraternidad”.

Justamente hacia esta dimensión apunta el reciente pronunciamiento “Reimaginar juntos nuestros futuros. Un nuevo contrato social para la educación’, que acaba de publicar la UNESCO, actualizando el Informe Delors, y atento a los desafíos de la coyuntura actual: la degradación medioambiental, el incremento de las inequidades, la regresión de los derechos humanos y el auge de los populismos, la aceleración de la digitalización y la inteligencia artificial, y la incertidumbre del futuro del trabajo. 

Eloy Mealla
Seminario Permanente Pedagogía Ignaciana
Vicerrectorado de Formación


 

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