Elogio de la literatura
El Papa Francisco ha dado a conocer semanas atrás una Carta sobre el papel de la literatura en la formación de las personas. El texto tiene varias referencias autobiográficas y de las propias lecturas del Pontífice que expresan la importancia que le adjudica a la lectura de novelas y poemas en el camino de la maduración personal.
Para Francisco un buen libro de lectura es como un oasis o un compañero de viaje que, en momentos de cansancio, de rabia o de decepción, puede abrir espacios de interiorización en que, a diferencia de los medios audiovisuales, el lector es mucho más activo. El lector además de recibir la obra –prosigue Francisco– en cierta forma la reescribe y hace brotar la riqueza de su propia persona y, en ese sentido, la literatura no es una mera forma de entretenimiento sino un acceso privilegiado al corazón del ser humano.
Mediante la literatura conocemos las culturas, antiguas y nuevas, con sus símbolos, mensajes y narraciones que plasman sus más bellas hazañas e ideales, así como también sus actos violentos, miedos y pasiones. Esto nos libra –según Francisco– de un “solipsismo ensordecedor y fundamentalista” sujeto “a las propias necesidades históricas o a las propias estructuras mentales”, ayudando a adquirir un vocabulario más amplio, a desarrollar diversos aspectos de la inteligencia como la imaginación, la creatividad, la capacidad de concentración, y a calmar el estrés y la ansiedad.
Escuchar la voz de alguien
El Papa –que cuando joven enseñaba literatura a sus alumnos– recuerda con agrado la definición de literatura de Jorge Luis Borges: “escuchar la voz de alguien”. Tal actitud permite superar una especie de sordera “espiritual”, que incide negativamente también en la relación con nosotros mismos, con los demás y con Dios. También el Papa cita, entre otros, a T.S.Eliot que aludía a una “incapacidad emotiva” generalizada que impide emocionarse ante Dios, ante su creación, ante los otros seres humanos, y que exige, por tanto, sanar y enriquecer nuestra sensibilidad.
De este modo, Francisco asume la célebre frase de Marcel Proust que considera a la literatura como “un telescopio” que permite observar “la gran distancia” que lo cotidiano traza entre nuestra percepción y el conjunto de la experiencia humana. En la Carta también se recoge la imagen de la literatura como un “laboratorio fotográfico”, en el que es posible elaborar las imágenes de la vida con sus delimitaciones y matices, y preguntarnos sobre su significado.
El Papa insiste en sostener que nuestra visión del mundo está de algún modo “reducida” y limitada por la superficialidad o por las espinas, y se corre el riesgo de caer en un eficientísimo que empobrece la sensibilidad y reduce la complejidad. Por lo tanto, hay que aprender “a tomar distancia de lo inmediato, a desacelerar, a contemplar y a escuchar”. La literatura se vuelve un “gimnasio” para entrenar la mirada para buscar y explorar la verdad de las personas y de las situaciones, rumiando y “digiriendo” lo que va más allá de la superficie de la experiencia.
Ver a través de los ojos de los demás
La literatura expande nuestra humanidad y contribuye a desarrollar “el empático poder de la imaginación” que equivale a la capacidad de identificarse con el punto de vista, la condición y el sentimiento de los demás, pues “leyendo descubrimos que lo que sentimos no es sólo nuestro, es universal, y de este modo, ni siquiera la persona más abandonada se siente sola”.
Cuando se lee un relato identificamos rastros de nuestro mundo interior y nos volvemos más sensibles frente a las experiencias de los demás, salimos de nosotros mismos y podemos entender un poco más sus fatigas y deseos y finalmente nos volvemos sus compañeros de camino. con tolerancia y comprensión.
De todos modos, Francisco se adelanta a indicar que lo anterior no significa relativismo. Por el contrario, la representación simbólica del bien y del mal, de lo verdadero y lo falso no neutraliza el juicio moral, sino que le impide que se vuelva ciego o superficialmente condenatorio. Al contemplar la fragilidad de los demás tenemos la posibilidad de reflexionar mejor sobre la nuestra. “Es cierto –se subraya en la Carta– que es necesario el juicio, pero nunca hay que olvidar su alcance limitado”.
En definitiva, Francisco concluye destacando que la literatura puede brindar una gran apertura espiritual que facilite escuchar la Voz a través de tantas voces, al desplazar “los ídolos de los lenguajes autorreferenciales, falsamente autosuficientes, estáticamente convencionales” que se consideran a sí mismos como “saber ya completo, definitivo y acabado”.
Eloy Mealla
Seminario Permanente Pedagogía Ignaciana
Vicerrectorado de Formación
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