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El Beato fray Mamerto Esquiú y la vida universitaria

Por Germán Masserdotti


El pasado 4 de septiembre de 2021, la Iglesia celebró la beatificación de fray Mamerto Esquiú (1826-1883), el fraile franciscano argentino que ocupa un lugar destacado en la historia argentina, sobre todo, en la segunda parte del siglo XIX. El Papa Francisco se refirió al tema en el Ángelus del 5 de septiembre. “Fue un celoso anunciador de la Palabra de Dios para la edificación de la comunidad eclesial y también de la civil. Que su ejemplo nos ayude a unir siempre la oración y el apostolado y a servir a la paz y a la fraternidad”, señaló. 

La vida y la obra del Beato Esquiú tiene varias y complementarias dimensiones. Como señala Horacio Sánchez de Loria Parodi, el Beato Esquiú fue “un hombre de pensamiento de acción, sacerdote franciscano, llamado por sus virtudes heroicas al honor de los altares, asumió la política como apostolado y ejercicio de caridad”. Y agrega inmediatamente: “Fue vicepresidente segundo de la Convención que dio a la provincia de Catamarca la Constitución del 8 de mayo de 1855, diputado durante dos períodos en la legislatura provincial, convencional constituyente y autor de un proyecto de reformas a la misma constitución en 1878, consejero de gobernadores y legisladores, maestro, orador elocuente, fundador de periódicos en Bolivia, periodista en Catamarca, peregrino a Tierra Santa y finalmente Obispo de Córdoba, consagrado en Buenos Aires cuatro días después del célebre sermón pronunciado en la Iglesia Catedral, el 8 de diciembre de 1880, para celebrar la capital de la Nación” (Sánchez de Loria Parodi: 2002, 2-3).

¿Qué le enseña la vida y la obra del Beato fray Mamerto Esquiú a la vida universitaria? Podríamos apuntar, sin resultar exhaustivos, tres puntos fundamentales: la relación armoniosa entre la fe y la razón; la importancia de la formación académica de los profesores y la promoción de la vocación intelectual en la vida de la Iglesia y de la Patria.

Antes de detenernos en estos aspectos de su vida y obra, conviene resumir diciendo que el Beato Esquiú fue un fraile orante y estudioso. Su vida interior resultaba perfectamente compatible con su auténtica pasión por la verdad.

La relación armoniosa entre la fe y la razón.
En el sermón del 23 de diciembre de 1881, dedicado a la memoria de D. Fernando de Trejo y Sanabria, fundador de la Universidad de Córdoba, se ocupó, además de otros temas, de la relación entre la piedad cristiana y la ciencia. “Fray Mamerto articula las dos nociones de manera armónica y siguiendo a sus maestros –hay citas de San Agustín y Santo Tomás de Aquino– y fundamentalmente a la Sagrada Escritura, destaca la armonía entre ellas –destaca Sánchez de Loria Parodi–. Nuestro autor realza el hecho de que la piedad y ciencia no se contraponen” (Sánchez de Loria Parodi: 2002, 111-112). “La piedad no reprueba la ciencia, sino la vana hinchazón y jactancia de la ciencia –precisa el Beato Esquiú–. No negamos su valor y hermosura, antes reconocemos con nuestros grandes teólogos que en el orden sobrenatural las virtudes intelectuales son de mayor precio que las morales” (en Sánchez de Loria Parodi: 2002, 112).

Es importante señalar que “todo hombre conviene en que la verdad es nuestra primera necesidad, que es ella la que nos coloca sobre el nivel de los brutos, la que nos comunica la vida del infinito y da a nuestras facciones y rasgos de inmortalidad… La verdad que pedimos a toda hora y en todo lugar, que hace verdaderamente nuestra naturaleza, es aquella verdad que desde nuestra mente va a parar a Dios, principio y razón de todo” (En Sánchez de Loria Parodi: 2002, 69).

La importancia de la formación académica de los profesores.
Sánchez de Loria Parodi destaca que las fuentes del pensamiento del Beato Esquiú “son variadas. Sobre el fondo de todas ellas se dibuja la Biblia. Esquiú fue un hombre profundamente bíbilico, y en este sentido, se anticipa a la corriente espiritual cristiana del siglo XX. A esto, se agrega el estudio de comentaristas de los textos sagrados, entre ellos, san Juan Crisóstomo, santo Tomás, san Gregorio, san Jerónimo y Cornelio Lápide, y los comentarios de Maldonado al Evangelio de San Mateo” (Sánchez de Loria Parodi: 2002, 36). El Beato Esquiú era un estudioso aplicado de la obra de San Agustín. “De todos modos –resalta el mismo autor– un lugar sobresaliente ocupa en su formación, como ya hemos señalado, santo Tomás de Aquino, el autor más citado en sus reflexiones de índole filosófico-teológico, pero, también, explícita o implícitamente, en sus elaboraciones históricas y políticas” (Sánchez de Loria Parodi: 2002, 37).

Como señala el expresidente Nicolás Avellaneda: “(…). Referimos así a los curiosos que el Padre Esquiú tenía sobre su mesa en el Convento de Tucumán los siguientes libros: el volumen segundo de la Filosofía fundamental de Balmes, el Ensayo sobre el Cristianismo y el liberalismo de Donoso Cortés, las Matemáticas elementales del Padre Justo García, la Imitación de Cristo y un tomo del Diccionario de Agricultura de Rosier, que fue traducido al español durante el reinado de Carlos IV y que hacía recordar que el Padre había nacido en una familia de humildes artesanos” (Avellaneda: 1988 (1883), 240).

El mismo autor observa que, en aquellos años, en particular en Catamarca –de donde era oriundo el Beato Esquiú– que “no hay hijo de un labriego catamaqueño que no haya en aquellos años aprendido latín. Fue fundada [la Clase de Gramática Latina en el Convento de Catamarca] por el Padre Ramón de la Quintana, que había antes figurado entre los Recoletos de Buenos Aires y que traía desde España su alta reputación como latinista. Córdoba mantenía el brillo de sus grados y el ruido de sus conclusiones filosóficas y teológicas, pero era necesario pasar por el aula de Catamarca para saber latín” (Avellaneda: 1988 (1883), 241). Y agrega más adelante: “(…). El Convento de Catamarca creció en importancia. A la clase de gramática se arrimó una de Filosofía escolástica y más tarde otra de Teología. Los estudios estaban ya completos para que el novicio pudiera ser promovido a las primeras órdenes, y tan cierto es que el cultivo intelectual hace sentir su poder por donde quiera, que fue desde aquel momento y por muchos preponderante la influencia del Convento de Catamarca en toda Provincia argentina. Los discípulos se hacían lectores y éstos ascendían pronto a las prelaturas de los Conventos” (Avellaneda: 1988 (1883), 242).

La promoción de la vida intelectual en la vida de la Iglesia y de la Patria.
Solamente señalaremos, en este momento, que el Beato Esquiú resultó ser un formador muy influyente de varios católicos argentinos de la Generación del Ochenta. En este sentido, destaquemos la figura del salteño Indalecio Gómez. Sobre este influjo escribió, en otros, Sánchez de Loria Parodi.

Algunas conclusiones.
A partir de lo dicho, podemos concluir que, en la obra apostólica de un fraile franciscano como el Beato Esquiú, su vida religiosa se integraba perfectamente con su vida de estudio y magisterial. Él, como tantos otros fieles cristianos con relevancia pública, supieron poner al servicio de la Iglesia y de nuestra Patria los talentos que Dios, en su divina Providencia, les había confiado.

El Beato Esquiú, para los universitarios, se convierte en un ejemplo concreto de genuina integración de fe y razón, de teología y los saberes naturales, en particular, la filosofía.

Bibliografía
Avellaneda, N. (1988), Escritos, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras.
 Sánchez de Loria Parodi, H. (2002), Las ideas político-jurídicas de fray Mamerto Esquiú, Buenos Aires, Editorial Quorum-Educa.
 

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