Universidad: visión y objetivo
Por iniciativa del propio San Ignacio de Loyola se fundó el Colegio Romano en 1553, en una época donde no era totalmente clara la distinción entre colegio y universidad. A raíz del impulso particular que le dio el papa Gregorio XIII pasó a denominarse Universidad Gregoriana en 1583, convirtiéndose desde entonces en la más antigua y prestigiosa de las universidades pontificias en la ciudad de Roma. Entre sus antiguos alumnos ilustres, cuenta con 27 santos, 57 beatos y 16 papas, en tanto que el 36 % del colegio cardenalicio y el 24 % de los obispos católicos del mundo son también antiguos alumnos de la universidad jesuita. Si bien la Gregoriana está básicamente dedicada a la filosofía y a la teología, y últimamente se le han anexado el Instituto Bíblico y el Instituto Oriental, lo que en ella resuena trasciende sus claustros.
Es así que el Papa Francisco visitó la Gregoriana en noviembre de 2024 y en su discurso la instó a evitar “una eficiencia sin visión, ignorando lo que sucede en el mundo y en la Iglesia y que exige un suplemento de espiritualidad”, pues considera que una universidad con visión y conciencia de su objetivo impiden la “cocacolización” (coca-colizzazione, en el original italiano) de la investigación y la enseñanza que conduciría a su vez a una “cocacolización espiritual”. Y prosigue: “¡Desafortunadamente, hay muchos discípulos de la «coca-cola espiritual!»”, aunque no precisa con más exactitud el alcance de esta expresión.
Francisco recuerda que “la acción formativa de una universidad es, ante todo, el cuidado de la persona”, de lo contrario, se cae en “el intelectualismo seco o un narcisismo perverso”. Esto implica “una invitación a humanizar el conocimiento de la fe y a encender y reavivar la chispa de la gracia en el ser humano”, agregando que “ningún algoritmo puede sustituir a la poesía, la ironía y el amor”. En ese sentido, “los estudiantes necesitan descubrir el poder de la imaginación, ver germinar la inspiración, entrar en contacto con sus emociones y saber expresar sus sentimientos”.
Además, “necesitamos –afirma el Pontífice– una Universidad que “tenga olor a carne y a pueblo, que no pisotee las diferencias en la ilusión de una unidad que es sólo homogeneidad, que no tema la contaminación virtuosa y la imaginación que reanima lo que muere”. Este tipo de “universidad debe generar sabiduría que no pueda nacer de ideas abstractas, concebidas sólo teóricamente, sino que mire y sienta las dificultades de la historia concreta, que tenga su fuente en el contacto con la vida de las personas y con los símbolos de las culturas, en la escucha de las preguntas ocultas y del grito que surge de la carne sufriente de los pobres”.
Por lo tanto, es necesario transformar el espacio académico en un “hogar del corazón” capaz de impulsar “una cultura del encuentro y no del descarte” y en “un lugar de diálogo entre el pasado y el presente, entre tradición y vida”. Respecto a poner corazón en nuestra cultura ver: https://www.perfil.com/noticias/opinion/poner-corazon-en-un-mundo-liquido.phtml .
Otra de las afirmaciones del discurso de refieren al “sentir con la Iglesia” – tan subrayado por San Ignacio de Loyola–; aspecto muy delicado –reconoce Francisco– que “podría incluir la cuestión de la libertad intelectual y el límite de la investigación, lo que genera tensiones y conflictos, y donde resulta difícil establecer límites entre fe y razón, entre obediencia y libertad, entre amor y espíritu crítico, entre responsabilidad personal y obediencia eclesiástica”.
Francisco resume la misión de la Universidad Gregoriana –que bien podemos extender a otras universidades y especialmente a las de inspiración ignaciana– en una palabra: “diaconía”. O sea, el servicio a “la continua recomposición de los fragmentos de cada cambio de época” que supone buscar “la armonía con el espíritu, la búsqueda de la comunión después de los conflictos”, y propiciar una perspectiva que “tienda puentes, que dialoga con los diferentes pensamientos, que tienda a la profundidad del misterio”.
Hacia el final de su mensaje, el Papa hace una autocrítica inquietante al sostener que “no es raro ver a los estudiantes de los centros de formación de la Compañía adquirir cierta excelencia académica, científica e incluso técnica, pero no parecen haber asimilado el Espíritu. Muchas veces lamentamos que algunos antiguos alumnos, después de alcanzar altos niveles de liderazgo, acaben resultados diferentes a lo que el proyecto formativo proponía”. Por eso, con palabras de San Ignacio, nos propone incisivamente plantearnos institucional y personalmente: “¿Adónde voy y con qué propósito?”.
Prof. Mg. Eloy Mealla
Seminario Permanente Pedagogía Ignaciana
Vicerrectorado de Formación (VRF)
Universidad del Salvador (USAL)
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