Inicio
Áreas USAL
Close


Pasar al contenido principal

SECRETARÍA DE PRENSA
a/c Rectorado

Avenida Callao 801, C1020ADP
Ciudad Autónoma de Buenos Aires - Argentina
Tel. (+54-11) 4813-3997 o 4014 (ints 2111 o 2108).

Colación de Grado y Posgrado de la Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales

En el Salón “San Ignacio de Loyola” se llevó a cabo la Colación de Grado y Posgrado de la Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales de los graduados en las Licenciaturas y Doctorados de la Facultad.

El acto estuvo presidido por el Decano de la Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales, Bernardo Nante, quien estuvo acompañado en el estado por la Secretaria Académica, Claudia Pelossi; la Directora de la Escuela de Filosofía, Verónica Parselis; la Directora de la Escuela de Letras, María Elena Lenscak; y el Director de la Escuela de Estudios Orientales, Carlos Rúa.

Asimismo, se encontraban presentes Directores, Coordinadores, Colaboradores de las carreras de Grado y Posgrado y del Instituto de Investigación, Docentes, personal administrativo, amigos e invitados.
 
A continuación, hicieron su entrada las banderas de ceremonia. Tras entonar las estrofas del Himno Nacional Argentino, se presentó el ensamble de vientos de la Orquesta Sinfónica de la USAL integrado por Francisco Langlois en flauta; Patricia Rossomando en oboe; Mauricio Orieta en clarinete; Daniel Piazza en fagot y Christian López en corno. Interpretaron: “Golliwoggs cake Walk”, de Claude Debussi; “Primavera Porteña” de Astor Piazzolla; y “Vals Nº 2” de Dimitri Schostakovich.

Luego, el Reverendo Padre Juan José Milano realizó la Lectura de la Palabra y bendijo los diplomas de los graduados.

En representación de los graduados hizo uso de la palabra Ricardo Hamlet Taddeo, graduado de la Licenciatura en Estudios Orientales: “Tengo el profundo agrado de dirigirme a ustedes con la intención de celebrar un acontecimiento maravilloso, único y esencial. Sean las próximas breves palabras un mero botón de muestra que busque acrecentar el espíritu y la alegría de este festejo. 

Concluye aquí, amigos y amigas, definitivamente, la carrera. La meta se nos abre ahora de par en par. Su bella faz se nos revela magnánima, renovada, novedosa, libre. Podemos intuir la cadencia, podemos intuir el ritmo, del porvenir… Vaya si han sido metros y metros, kilómetros, de recorrido… Vaya si han sido páginas y páginas, noches de insomnio y desesperación, acaso mañanas de frío, de tristeza, de ansiedad. Todos y cada uno de ustedes saben lo que ha costado este transitar. Transitar que fue, ni más ni menos, una peregrinación. Tuvimos que lidiar con muchos impedimentos, entre ellos la pandemia que nos conminó a la cautividad y en varios casos a enfrentarnos a la muerte de seres queridos, allegados o conocidos… Pero acá estamos. Repito. Acá estamos. No cejamos, no cesamos. Ahora mismo no hay otro acá que no sea acá. Todo quedó atrás y solo queda el gozo y la celebración. Para ello, mi interés hoy es simplemente proponer algunas líneas en torno a la belleza del saber; a la estética del conocimiento. Y a la importancia de la educación y la universidad. 

Todo el mundo por naturaleza desea saber, proclama el Estagirita en su Metafísica. Todo el mundo tiene el deseo de saborear… Tal y como el termino nos lo indica: saber proviene de sapere… sabor. El saber sin sabor es un sinsentido. Una inexistencia. La universidad debe encargarse de recuperar el sabor del saber. Es que saber es vivir más intensamente. Como dice el profesor Garvilla Castillo: “Vivir conociendo es vivir mucho más. Es vivir reduplicativamente lo que se es, e incluso vivir lo que no se es. Saber es así un modo más intenso de vivir, una perfección vital. Se vive la rosa que no se es al olerla, se vive el mar que no se es al sentirlo frío y salado. Al conocer la naturaleza se vive la naturaleza”. Naturaleza que hemos habitado desde antaño y que – complementando la bella frase del profesor Castillo– también somos. 

Es que allí donde el ser humano ha existido ha pensado y, como ha pensado, como ha investigado a través de su razón, o al menos lo ha intentado, las causas últimas y finales de su existencia: de dónde viene, hacia dónde va… Rápidamente se ha dado cuenta de que hay algo que lo sobrepasa… que hay algo más allá del pensamiento, hay algo que su pensamiento es incapaz de comprender, de abarcar. Y es así como ha descubierto una dimensión de la realidad a la cual se entra por otros caminos… Es así como el ser humano desde que ha pensado ha también tenido fe… ha descubierto la religión y ha plasmado estas experiencias –el pensar y el sentir y, por supuesto, el intuir, unidos en lo religioso— en el arte, especialmente la literatura. 

Por eso esta facultad y por eso ustedes, egresados y egresadas, se entregan a una tarea ardua pero increíble, que es recuperar las dimensiones esenciales, integrales y enraizadoras del individuo. La historia, la religión, la filosofía, el arte en todas sus formas… Es allí donde el ser humano ha dejado impresas estas experiencias. Impresas para el porvenir. Cada palabra símbolo. Cada signo huella. Cada imagen evocación. El conocimiento es una fuerza viva que mora en los lugares más recónditos del alma.  Las ideas brotan, crecen, nacen, anidan en nosotros. Ellas poseen raíz y potencia, sustancia y autonomía. Vida y metabolismo. Poder efectivo para transformar. Llegó el momento de sembrar esas ideas – amigas y amigos –- al viento y dejarlas volar. 

“Aprender es ante todo aprender a ver… las palabras solo tienen sentido si nos ayudan a ver mejor el mundo. Aprendemos palabras para mejorar los ojos” (A.). Los antiguos de todas las culturas sabían, conocían, el poder mágico que guardan en su seno las palabras. Frecuentaban su evocación, se dejaban asombrar por su hechizo. Y es que no tenemos otro medio, otra magia, que no sea ellas… Hace años defendí en esta misma universidad al silencio, al silencio primordial, al silencio -digamos- poético, como vía y meta de todo quehacer filosófico; hoy digo que es la palabra la que encarna ese silencio… y no me contradigo. La palabra está preñada de silencio y de poder actuante. La palabra, todos los sabemos, puede ser una bala, o puede ser un abrazo. La palabra es una forma viva… Crisol. Arcoíris. Secreto. No hay nada que la palabra preñada de silencio no pueda alcanzar –salvo lo Absoluto, al cual solo se llega trascendiendo la palabra y el silencio y trascendiendo la trascendencia de ambos. Sin embargo, eso es harina de otro costal. Lo que quiero decir es que está en nosotros hacer de la información conocimiento y del conocimiento sabiduría. Eso solo se logra aprendiendo a convivir con las palabras, bailando con ellas, peleando con ellas y contra ellas… amándolas. Solo así es posible dejarnos hechizar por sus gestos, dejarnos hechizar por sus figuras, sus movimientos… Y empezar a escuchar lo que silenciosamente las palabras nos dicen. Toda palabra es un símbolo, toda imagen es un mensaje. Toda arquitectura, escultura, pintura, texto… Todo poema, novela, tratado, todo libro, todo aquello que hayamos visto durante nuestras carreras nos está queriendo decir algo… nos está trayendo noticias de un pasado que quiere hacerse presente para transformarse en futuro. Y está en nosotros permitir ese nacimiento, está en nosotros permitir poder dar a luz esa esencia –dinámica— que quiere surgir. Es por eso que la educación es el único camino, la educación es la forja del futuro, la educación es la chispa que puede encender la revolución que el mundo está necesitando. Que no es la revolución de los nombres y de las formas. Que no es la revolución de la violencia y el odio. Que no es la revolución del tradicionalismo y el integrismo ni del relativismo y el subjetivismo. Si no que es la revolución del diálogo, la revolución de la interdisciplinariedad, la revolución de la paz y de la investigación. La revolución que demuestre el Hilo de Ariadna que conecta el primer homo sapiens… que conecta la primera mujer y el primer hombre que habitaron nuestra Tierra –quién sabe hace ya cuánto—con cada uno de nosotros. El puente que une ambos seres somos nosotros. Es el eslabón que, a través de la cultura –de las culturas— ha quedado impreso y que nosotros debemos defender, promulgar y sembrar. Llegó el momento entonces de que esos conocimientos sigan su rumbo y está en todos y cada uno de nosotros que así sea. Descubriremos así que poseemos miles, decenas de miles, centenas de miles de años anidando en nosotros… Pero esto lleva tiempo. Como dijo Hipócrates –hace ya tanto que parece mucho: Ars longa vita brevis. El arte es largo y la vida breve. 

El objetivo último de las humanidades, entonces, debe transformarnos, debe tocarnos en lo más íntimo, sacudirnos, sorprendernos… Embriagarnos del amor por el saber y del saber por el amor. La verdad, el conocimiento, nos posee, no la poseemos. Somos posesos de la verdad, como bien supo la Antigüedad y la Edad Media. La universidad debe trascender la intelectualidad y ayudarnos a recuperar el alma, en el hermoso pero atribulado mundo en el que estamos inmersos. 

Pero para ello, la memoria es muy importante. Sin memoria no puede haber identidad. El mundo de los medios masivos nos bombardea constantemente con pequeñas dosis de olvido. El exceso de información, eso que algunos autores han llamado la iconoclasia moderna, ya que nos priva de toda otra posibilidad de conocimiento, es otro de nuestros grandes problemas. Por eso, lo que en esta facultad se ve es nuestra fuente, es lo que vale la pena recordar y transmitir.

En otras palabras, es sabido y consabido que el conocimiento no pertenece a la razón solamente, entendida como la capacidad de hilvanar silogismos, o de comprender meramente de forma lineal. Aquí entramos en el terreno de lo que en la India se conoce como Buddhi o Viveka, o lo que los griegos llamaban el Nous: un rango de comprensión mucho más alto. Un rango de comprensión que excede absolutamente el plano de lo racional, de lo racionalista, y que es donde el conocimiento toma forma, toma cuerpo y se nos manifiesta de una manera única… descubriéndonos el instante, y descubriéndonos la sorpresa del estar vivos. Dotándonos de energía para construir; dotándonos de energía para transformar. Es allí, yo creo, donde debería una vez más insistirse. Por eso el trabajo multidisciplinar y el verdadero diálogo entre las culturas –dándole importancia plena al valor que en todas y cada una de ellas anida—es uno de los únicos que puede revelarnos esta dimensión. 

Vivimos en un mundo signado, además de por la inmediatez y el consumismo, por dos grandes problemáticas. El nihilismo abstruso, por una parte, y el fanatismo descomunal, por la otra. Una vez más, las dos caras de la misma moneda. El nihilismo al que invita la vida contemporánea se ve, en un plano antinómico, enfrentado por el integrismo que pretende purificar el mundo de ese nihilismo – de esa ausencia de centro y sentido, de fundamentos, de cimientos, de raíces —que parece entregarnos la vida actual. Como salvación, como sanación a esa nausea, a ese sinsentido, el integrismo parece ser para muchos la respuesta… de más está decir, por supuesto, una respuesta vana y una respuesta muchas veces peor que el mismo sinsentido. Por eso, una vez más insisto, creo que la universidad es, y debe seguir siendo, una oportunidad. 

Esta facultad nos ha dado la maravilla de ir caminando por sus pasillos y descubrir en un mismo instante en un aula a un profesor recitando unos versos de Shakespeare, de Calderón, de Horacio o Píndaro, mientras que en un aula contigua – a unos metros nada más— a otro docente explicando la metafísica del Tao Te King o una Upanishad o el Corán o la Torá o un texto o monumento egipcios o alguna palabra del gran maestro nazareno, aquel que nada escribió pero que sin embargo infinitamente nos escribió a cada uno y cada una de nosotros. Un poco más allá, un profesor o una profesora tratando de reflexionar acaso si Sócrates dijo lo que Platón dijo que dijo o acaso dijo más o menos. Y un poco más acá una profesora descubriéndonos la arquitectura sacra de la mezquita islámica o el templo hindú, mientras en el aula lindante otra profesora bellamente nos enseña el poder secreto de las vanguardias artísticas de los últimos siglos. Valga también para aquellos profesores que nos guían por el Occidente y Oriente contemporáneos, teniendo en cuenta y valorando este pasado multimilenario.

La sinfonía que esta facultad propone debe seguir profundizándose y debe seguir siendo un antídoto al desconocimiento, por un lado, y a la mera erudición, por otro, esta última escollo en el camino del estudiante. Queda mucho por hacer para superar la polimatía a la que refiere Heráclito en sus fragmentos... Sin embargo, es indudable, si queremos tener un futuro, que el camino para curarnos de la globalización que nivela para abajo, que reduce todo a una mera mezcla cultural mundial amorfa –que nada tiene que ver con el espíritu cosmopolita del gran maestro de Sinope. Es indudable -digo- que, para curarnos de todo ello, debemos hacer hincapié en el núcleo de las culturas y en su pormenorizado estudio. No hay cultura que no merezca ser estudiada y es por eso que el diálogo es la única salida… Es por eso que –y si hay algo que esta pandemia nos ha demostrado—la comunicación es esencial. Pero el único ámbito que va quedando –además del monasterio y además del auditorio—que permite la expresión del silencio a través de la palabra y que permite el trabajo en conjunto, que permite la oportunidad de verdaderamente debatir y transformar el futuro y que permite ser el último bastión en un mundo ya demasiado rápido, demasiado olvidadizo de sus raíces y de su pasado, es la Universidad.

Por supuesto, hay que ser revolucionarios, hay que cambiar tantísimas cosas que están mal, pero eso jamás podrá lograrse si se desconoce el pasado. No podemos saber a dónde vamos si desconocemos de dónde venimos. Sin duda, están son verdades que todas y todos ustedes saben. Sin embargo, no está de más recordarlas. Por tanto, quiero concluir diciendo que sigamos apostando a esta vía –¡sigamos apostando! —el mundo allá afuera puede arrojarnos lo que sea, pero siempre tendremos esa habitación, ese espacio, esa dimensión que nos descubrió un pasaje, un verso de un poeta chino o persa, o acaso una pequeña nota al pie de un fragmento presocrático, algún místico o mística medieval o algún filósofo o filósofa modernos o posmodernos. Eso que descubrimos cuando terminamos de leer una novela o cuando encontramos la manera de hacer esa comparación o de concluir ese trabajo que tanto nos costó. Ese no sé qué que transmite una pintura de Li Tang, del Greco o Klee. O esa sensación al terminar de escribir el verso final de un poema. Es indudable que hay otra dimensión y hacia allí tenemos que ir y allí tenemos que habitar. 

Está en nosotros fomentar una nueva manera de comprender, que recupere este sentido antiguo y plenamente nuevo del conocimiento. Este sabor. Este saber. Así, la universidad reverdecerá. Tal es nuestra tarea ahora que somos guardianes… protectores del ayer y el todavía. 

Quiero agradecer una vez más al cuerpo docente, personal administrativo y colaboradores; familiares y seres más queridos que nos acompañaron en estos años. 

Y especialmente a ustedes egresados y egresadas. De corazón los felicito y les deseo un gran futuro”.

Acto seguido, el Decano de la Facultad, Bernardo Nante, pronunció su discurso señalando: “Hoy es un día de celebración comunitaria; un día de júbilo en el que compartimos una memoria común y una promesa de futuro para Uds., estimados graduado y graduadas, pero también en algún sentido para la misma Universidad pues en Uds., la Facultad y la Universidad ve cumplido su propósito fundamental: un ser humano formado. 

Por un lado, celebra la Universidad como institución pues vuestras futuras labores profesional y académicamente eficientes y éticamente responsables constituyen la presencia viva de nuestra formación en la sociedad. Uds., queridos graduados, llevan el sello de nuestro espíritu como una promesa de eficaz transformación de nuestra convulsionada comunidad local y global. En Uds. se cumple la misión fundamental de la Universidad. Por otro lado, celebra la Universidad como comunidad pues los hemos despedido como estudiantes, pero ahora los acogemos como miembros permanentes de nuestra Casa de estudios. Pero asimismo hoy también celebra cada uno como persona; cada graduado, cada familiar y cada amigo, pues su condición de graduado impacta en su propia vida de modo indeleble. Observen que, hasta cierto punto, de ahora en más cambia la forma en que se los puede llamar, por ejemplo, “licenciado” o “licenciada” o “doctora”. Y esas denominaciones, a veces abreviadas, que hoy se agregan a vuestro nombre y apellido, están indicando que vuestro lugar en la sociedad es otro; un lugar con nuevos derechos, pero también con nuevas obligaciones. Un lugar con más oportunidades, pero también con más desafíos.

Para leer el discurso completo del Decano, click aquí.

Seguidamente, le tomó juramento a todos los graduados y se procedió a la entrega de los diplomas y medallas en manos de las autoridades.

 

Compartir: