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El enamorado, el seguidor y el apóstol de Jesucristo. Autorretrato de San Ignacio de Loyola a partir de los Ejercicios Espirituales

El 20 de mayo de 1521, hace poco más de 500 años, el oficial Íñigo López de Loyola resultaba herido en el sitio de Pamplona. El oficial guipuzcoano combatía en favor de la Corona de Castilla cuyo rey era, en ese entonces, Carlos I (y V del Sacro Imperio Romano Germánico).

Por esto, la memoria litúrgica de San Ignacio de Loyola que se celebrará el próximo 31 de julio contiene un significado especial. Antes de comenzar con el retrato de San Ignacio, recordemos cuál es la Oración colecta que nos propone la Iglesia para conmemorar al fundador de la Compañía de Jesús: “Señor, Dios nuestro, que has suscitado en tu Iglesia a San Ignacio de Loyola para extender la gloria de tu Nombre, concédenos que después de combatir en la tierra, bajo su protección y siguiendo su ejemplo, merezcamos compartir con él la gloria del cielo”. Nos parece un excelente compendio de la misión de San Ignacio para bien de la vida de la Iglesia y del mundo.

Destaquemos tres características de la vida de San Ignacio de Loyola que, a su vez, pueden resultar una lección para la nuestra. Lo haremos a partir del texto de los Ejercicios Espirituales.

El enamorado de Jesucristo
Ignacio es un enamorado de Jesucristo. En primer lugar, porque lo contempla en sus misterios. A partir de la Segunda Semana de los Ejercicios Espirituales, el Santo de Loyola nos propone contemplar los misterios de la vida de Jesús: los vinculados con su infancia, con su Pasión y Muerte y con su Resurrección y Ascensión. En la Segunda Semana, demanda “conoscimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” (EE. EE., 104); en la Tercera, demanda “dolor, sentimiento y confussión, porque por mis peccados va el Señor a la pasión” (EE. EE., 203); en la Cuarta, “gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Christo nuestro Señor” (EE. EE., 221). El centro de su vida es Jesucristo Crucificado. Ignacio propone imaginar “a Christo nuestro Señor delante y puesto en cruz”; “cómo de Criador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados” (EE. EE., 53). Demanda “dolor, sentimiento y confussión, porque por mis peccados va el Señor a la pasión” (EE. EE., 193); “dolor con Christo doloroso, quebranto con Christo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Christo passó por mí” (EE. EE., 203).

El seguidor de Jesucristo
El Principio y Fundamento que el seguidor de Jesucristo –Ignacio es uno de ellos– debe tener presente es que el hombre “es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados” (EE. EE., 23). Debe ponerse al servicio de Jesús, su Rey, “con grande ánimo y liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su divina majestad, así de su persona como de todo lo que tiene se sirva conforme a su sanctísima voluntad” (EE. EE., 5). En más de una ocasión, San Ignacio de Loyola propone “pedir gracia a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad” (EE. EE., 46).

El seguidor de Jesús, su Rey, debe “pedir gracia a nuestro Señor para que no sea sordo a su llamamiento, más presto y diligente para cumplir su sanctísima voluntad” (EE. EE., 91). Luego de “pedir conoscimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para dellos me guardar”, el seguidor de Jesús, su Rey, también debe demandar “conoscimiento de la vida verdadera que muestra el summo y verdadero capitán, y gracia para le imitar” (EE. EE., 139). Jesús es exigente. Por esto, también aspira a encontrar seguidores que, bajo el impulso de la gracia, se animen a rezar de este modo: “Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y de todos los sanctos y sanctas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como spiritual, queriéndome vuestra sanctísima majestad elegir y rescibir en tal vida y estado” (EE. EE., 98).

El seguidor de Jesús, su Rey, debe ser humilde. Con la gracia, debe no solamente evitar el pecado mortal y venial (EE. EE., 165-166) sino aspirar a la humildad más perfecta: “siendo igual alabanza y gloria de la divina majestad, por imitar y parescer más actualmente a Christo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Christo pobre que riqueza, oprobrios con Christo lleno dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Christo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo” (EE. EE., 167).

El seguidor de Jesús, su Rey, se consagra a su santo servicio y reza de esta manera: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo distes, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta” (EE. EE., 234).

El apóstol de Jesucristo
El enamorado y seguidor de Jesucristo se vuelve apóstol de su Rey. Su regio llamado se expresa así: “Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir comigo, ha de trabajar comigo, porque siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria” (EE. EE., 95). El apóstol de Jesús, su Rey, se pregunta: “lo que he hecho por Christo, lo que hago por Christo, lo que debo hacer por Christo” (EE. EE., 53).

A modo de cierre
La centralidad de Jesucristo en la vida del Santo de Loyola y de su empresa apostólica se manifiesta, de modo resumido en la conocida Marcha de San Ignacio: “Fundador / sois Ignacio y General / de la Compañía real / que Jesús / con su nombre distinguió”.

Por último, tratando de aplicar aquel sentire cum Ecclesia del que San Ignacio de Loyola supo ser un virtuoso ejemplo, nos importa destacar aquel prosupuesto que, por obvio, no debe dejar de ser recordado: “se ha de presuponer que todo buen christiano ha de ser más prompto a salvar la proposición del próximo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquira cómo la entiende, y, si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve” (EE. EE., 22). Al fin de cuentas, algo propio de un apóstol que, antes, se resolvió a seguir a Jesucristo porque se enamoró de su Rey y que sabe que “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras” (EE. EE., 230). 

Germán Masserdotti, docente del Vicerrectorado de Formación

 

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