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Una caña que piensa

“Una caña que piensa” es uno de los más famosos aforismos de Blaise Pascal. Con esta máxima respondía a la pregunta antigua y siempre nueva: “¿Qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?” (Salmo 8,5).  Es una nada respecto al infinito, porque “el hombre es sólo una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña que piensa”. Es decir, Pascal sostiene la grandeza de la razón humana y nos invita a utilizarla para descifrar el mundo que nos rodea, pero al mismo tiempo reconoce los límites de la inteligencia misma.

El Papa Francisco con ocasión del cuarto centenario del nacimiento del francés Blaise Pascal (1623-1662), célebre matemático, físico y filósofo, ha querido destacarlo –mediante la carta apostólica Grandeza y miseria del hombre– como un infatigable buscador de la verdad que permaneció siempre “inquieto”, atraído por nuevos y más amplios horizontes. Una actitud de fondo, que Francisco llama “asombrada apertura a la realidad”, a otras dimensiones del conocimiento y de la existencia, y a los demás.

Si bien Francisco en su carta subraya que Pascal en su apertura a la realidad incluía su ferviente fe en Dios, al mismo tiempo advierte que debemos mantenernos alejados de la tentación de presentar nuestra fe como una certeza indiscutible que se impone a todos. En efecto, si bien Pascal tenía la certeza de la fe y la veía tan acorde con la razón, consideraba que a “aquellos que no la tienen, nosotros sólo podemos dársela por razonamiento, en espera de que Dios se la dé por sentimiento de corazón”.  Para el Papa esto implica “una evangelización llena de respeto y paciencia, que nuestra generación haría bien en imitar”.

Justamente, Pascal afirmaba que el acto del creyente sólo es posible realizarlo con un corazón libre, una tarea que nunca termina en esta vida pues el hombre sigue siendo un extraño para sí mismo. El ser humano es grande en su razón, grande incluso “porque se sabe miserable”. Pascal constata además una desproporción –recuerda Francisco– entre nuestra voluntad infinita de ser felices y de conocer la verdad; y, por otra, nuestra razón limitada y nuestra debilidad física. 

Ante esta condición paradójica, el pensador francés reconoce que el hombre necesita distraerse con el trabajo, el ocio, las relaciones familiares o las amistades, pero también, “se da cuenta de su nulidad, de su abandono, de su insuficiencia, de su dependencia, de su impotencia, de su vacío”, pues la diversión no apacigua ni colma nuestro gran deseo de vida y felicidad.

Pascal, como filósofo, ve claramente que “a medida que tenemos más luces descubrimos más grandeza y más bajeza en el hombre” y la razón humana no puede armonizarlas. Ese abismo infinito sólo puede ser llenado por un objeto infinito e inmutable, es decir, por Dios. 

En ese sentido, la fe es razonable y como el amor no puede imponerse, se propone, pero no se impone, pues «hay suficiente luz para aquellos que sólo desean ver, y bastante oscuridad para aquellos que tienen una disposición contraria». Aquí hay que hacer referencia a otra muy conocida expresión de Pascal cuando afirma que “el corazón tiene razones que la razón no conoce”. No se trata de un rechazo de la razón sino reconocer su insuficiencia si sólo tenemos en cuenta su capacidad de hacer deducciones lógicas, el denominado “espíritu de geometría” (esprit de géométrie), que necesita ser completado con el “espíritu de fineza” (esprit de finesse).

Por este segundo modo, que Pascal también llama el procedimiento del “corazón”, conocemos por ejemplo los primeros principios, como que hay espacio, tiempo, movimiento, etc. De esa forma, los principios se sienten, las proposiciones se concluyen. Según Pascal, para adquirir un conocimiento completo del alma humana y de la naturaleza debe darse haber una coincidencia de ambos principios, ya que si se aborda la realidad de una manera unilateral se tiene un acceso parcial al conocimiento.

Finalmente, volviendo sobre la carta de Francisco, Pascal es apreciado porque, en su corta vida, pero “extraordinariamente rica y fecunda”, la búsqueda de la verdad se transformó en caridad. Asimismo, el Papa nos recomienda la Oración para pedir a Dios el buen uso de las enfermedades que Pascal compuso, en 1659. Vale la pena buscarla. Además de esta carta del Papa, hay que tener en cuenta que en 2019 se inició el proceso que puede conducir a la declaración de santidad de Blaise Pascal. 


Eloy Mealla
Seminario Permanente Pedagogía Ignaciana
Vicerrectorado de Formación
Universidad del Salvador – Buenos Aires


 

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