Los dibujos de Eduardo Gustavo Bergara Leumann
Por Eugenia Viña
Los dibujos de Eduardo Bergara Leumann son un espacio de descanso, despojados del estilo de vida y estética barroca en la que vivía. El hombre que decía no soportar el silencio, lo habilitaba en sus dibujos.
Los dibujos de Bergara Leumann son silenciosos y austeros.
Él era muchos. Como los ángeles y las personas que habitan sus dibujos, como el propio cuerpo de Bergara Leumann –el tamaño, la ansiedad por saber y la generosidad formaban parte del mismo círculo–.
Portaba en él algo de cada uno de los artistas que admiró y también que amó. Colegas y amigos. Raúl Soldi, Antonio Berni, Norah Borges, Marta Minujín. Pares de una generación mediada por la libertad genial (y visionaria) del surrealismo, donde los lenguajes ya no se fragmentan, sino que imagen y palabra se unen, generando una poética de la vida diaria. Es el collage como creación más compleja y libre pero también como forma de vida y como ideología (los discursos no son puros, al entrecruzarse se potencian) que se ve coronada en el caso de Bergara Leumann por la idea de espectáculo, haciendo honor a los tiempos que corrían, el auge de la televisión y el concepto de café concert, espacios que citaban al teatro y que hacían cuerpo la unión entre lenguajes tan diversos como imagen, texto, música, poética y hasta política.
Sus dibujos eran creados bajo la misma influencia. Perfiles clásicos con semblantes de esculturas. Palabras entre las líneas, debajo, arriba. “Dale que no llegamos, se nos va la vida”. Reflexiones como dibujos. Dibujos como reflexiones.
Como Soldi, Berni, Borges y Minujín, su obra plástica comparte con ellos dos rasgos estéticos, dos creencias: Europa como faro cultural y un espíritu renacentista.
Viajaban para formarse, viajaban para conocer, viajaban para exponer. Buscaban el contacto con lo nuevo, la vanguardia, lo novedoso, dentro de lo clásico. Mucho de Soldi y mucho de Norah Borges tienen las figuras angeladas de Leumann. Quienes, a su vez, como él, desarrollaban y trabajaban otros lenguajes. Soldi, con sus escenografías de cine y teatro, cúpulas y frescos. Norah era artista plástica y crítica de arte. Berni, un demiurgo de personajes, que poblaban el universo de Eduardo. La presencia de Ramona Montiel47 en un baño fue la excusa (absurda) para que los militares clausuraran su Botica.
Leumann era, como artista, un gran espectador. La imagen cargaba una presencia que él deseaba, necesitaba. Personajes, colores, formas. La ficción como escudo ante el vacío y la incertidumbre. Ellos, asomaban en sus dibujos.
Como los surrealistas, utilizó el dibujo como terapia, como ejercicio espiritual y espacio de revelación, pero sin intenciones de fama y reconocimiento (aspectos que ya tenía colmados en otros oficios de su vida) sino integrado a su vida diaria.
¿Quién era Eduardo Bergara Leumann mientras dibujaba esos ángeles tan contundentes como austeros? No era el conductor de televisión rodeado de cámaras, ni el vestuarista exitoso presionado por los cambios continuos del personaje, ni el anfitrión de lujo de su botica. En sus ángeles pesados y regordetes con pies alados, en los momentos en que dibujaba, estaba solo con su trazo. Y descansaba en el blanco, confiaba en la hoja como espacio total, a diferencia de sus otros mundos a los que siempre había que agregar más y más.
Como sus dibujos, sus ángeles-personas que logran volar, desafiando la ley gravedad y la lógica.
Dibujaba como escribiendo. Gesto surrealista donde la multiplicación de formas de vida supera a la ambición de la firma de autor. Sus dibujos son el paréntesis ante tanta cámara, tanto público y tanto ajetreo. Líneas fuertes pero sencillas, lenguaje elemental (casi místico) que roza el símbolo: ángel, mujer, hombre, flor, corazón, ala, lágrima, laurel.
En contraposición al barroco de su vida –rococó criollo, generoso y desbordante– se alza la simpleza de sus dibujos. Son dibujos esculturas. Secos, pesados, equilibrados en su desnudez.
Los renacentistas proclaman un regreso a la cultura helena. Leumann tenía como libros de cabecera dos ejemplares griegos del artista griego contemporáneo Alecos Fassianos.
Buscando el hilo de Ariadna, el hilo del laberinto de Leumann, huellas donde ver lo que él miraba, ayudan a comprender un poco más.
Las formas de Fassianos son primas hermanas de las de Leumann.
Pinturas y dibujos anacrónicos, sin tiempo, con símbolos sencillos que son casi formas geométricas (ruedas, flores, plumas, alas, estrellas) y con uno o dos colores. A veces, algunas líneas de algún color primario. Clásico. Cuerpos con peso. Formas y líneas puras. No hay paradoja ni tensión. La imagen propone una unión orgánica.
El mundo del espectáculo fue ese escalón rico y multifacético que antecedió a la fría industria cultural. Eduardo Bergara Leumann es un hombre del espectáculo, en sentido amplio. Corrían los vanguardistas 1966 en Buenos Aires y se decía: “En el sur, la Botica del Ángel, en el norte, el Di Tella48”. Focos de cultura, concentración de artistas, espacios en sí mismos performáticos49. La Botica del Ángel es un collage escenográfico. La obra pictórica de Leumann es el registro más individualista en relación con las otras artes que él practicaba. Se dibuja solo, se dibuja en soledad, ante el blanco. Su obra más bella sensible y original son los dibujos monocromáticos. Cuando aparecía el color, daba la sensación de que algo sobraba. Algo se empastaba. Perdía la sensibilidad de la línea y la austeridad de formas que le daban potencia a su universo imaginario.
Blanco de la hoja, blanco de ángel, blanco de nube, blanco de ala, blanco de pluma. El arte como gesto, como forma de meditación.
La práctica artística no solo como sublimación o simbología, sino como reducto de “terrazas celestiales”, como puente desesperado, tal vez pura oportunidad, de traer a la tierra algo del cielo. En sus dibujos aparecen personas como ángeles, o ángeles encarnados en personas. Lágrimas, flores, círculos hacen de escalones entre el norte más norte y el sur más sur.
Círculos en los ojos de sus perfiles, círculos en sus ángeles con pies, círculos en el centro de sus flores. Cinco de septiembre. El artista nació el mismo día que murió. Ángel pagano, que se dibujaba sin saberse.
Bergara Leumann desconfiaba de la memoria, de lo inmaterial, de lo que no tiene cuerpo. Necesidad de hacer con su vida lo mismo que con su obra. Algo pesado. Contundente. Una línea gruesa, una pincelada que nunca se detiene, nunca respira, nunca deja de trabajar, de crear, mirando para todos lados y guardando, acumulando, todo lo que pasa por su camino. Libros, dibujos, dedicatorias, muebles, cuadros, fotos, revistas, firmas. Que nada, nada de nada se pierda. Como si la materialidad fuese la garantía del recuerdo. Temía perder un escalón, romper la conexión, dejar de tener, de ser. Ansiedad absoluta ante ese estadío silencioso, ese plano en el que, sin saber, sin tener, se es. Como mientras se dibuja. El dibujo como bandera, el dibujo no solo como ala, sino como pie (de ellos están llenos sus obras).
El dibujo como aliado para no perderse. La imagen como mapa.
No hay aquí decorado, no hay vestuario ni escenografía. Hay imágenes como apuntes, hay arquetipos sencillos y potentes. Las cartas del tarot rondan entre ellos.
Con solo uno o dos marcadores o biromes, no necesita más de dos o tres colores para inaugurar con destreza en una hoja blanca macetas con plantas y estrellas, delatando sus raíces egipcias.
Como en el bajorrelieve egipcio, las personas de perfil miran para otro lado, la forma se reduce a lo esencial. Lo corona con su firma: un ojo y pestañas.
Pensamientos que son palabras que son dibujos. Dibujos que son deseos de una selva blanca, lugar de descanso.
“Desconectarme de ese mundo imaginario para conectarme con la Realidad. Trabajando para mi”; “La depresión se me hace presión”; “La ignorancia o el ignorar es una forma de ataque”; “Uno no puede ahorrarse pasos. Cuando no sé qué hacer, dejo que la vida lo haga”; “Maltratarse lo menos posible”, escribió el artista.
“Se va la vida, tiene que quedar algo de cada día”, escribió Eduardo Bergara Leumann en una de sus obras.
La vida como botica, la casa como templo y los dibujos de seres alados como registro sensible del tiempo, en la tierra.
El Museo de Arte Escenográfico "Botica del Ángel" les desea un Feliz Año Nuevo
*Las fotos son de dibujos de Eduardo Bergara Leumann, fundador del Museo de Arte Escenográfico "Botica del Ángel" con su característico perfil de mujer expuestos en el museo.
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