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Celia Lynch Pueyrredon Bonnefon, In memoriam

El recuerdo del Dr. Bernardo Nante, ex Decano de la Facultad de Filosofía, Historia, Letras y Estudios Orientales de la USAL.:

Celia Lynch Pueyrredon Bonnefon falleció en paz el 28 de agosto de este año en la Ciudad de Buenos Aires. El dolor de esta pérdida conmueve a toda nuestra comunidad universitaria, pues Celia cumplió con amor y con excelencia funciones fundamentales en la Universidad del Salvador (USAL). Nuestro homenaje es, asimismo, una invitación a revitalizar una parte de nuestra memoria común y, de este modo, a hacer más consciente el legado de quien dejó profundas huellas con una inusual y humilde discreción. En mi caso, por tratarse de una amiga entrañable que conocí en la misma universidad, no puedo dejar de evocar a Celia en primera persona, aunque imagino que habrá muchas personas que podrán aportar testimonios más significativos. Observo que la muerte de un ser muy querido puede llevar a perfeccionarlo en la propia memoria, como si se tratara de un personaje que repite incesantemente y mecánicamente acciones virtuosas hasta tornarlo irreal. El recuerdo vívido de Celia es un auténtico antídoto a tal desfiguración, pues era ajena a toda falsa reverencia. Su sobrio refinamiento no admitía la adulación ni la falsa solemnidad, a las que se solía contraponer con un sutil sentido del humor. Por ejemplo, cuando advertía que alguien la llamaba “decana” con una carga lisonjera, solía replicar: “Me llamo `Celia´ “. 

Celia fue Decana de la Facultad de Filosofía desde 1988 hasta 1999 y, durante la mayor parte de ese lapso, tuve el privilegio de ser su Secretario Académico. De hecho, la conocí en ese contexto laboral, pero además creció entre nosotros una profunda amistad. La Facultad en aquel entonces era pequeñísima, solamente se dictaba “filosofía” y exclusivamente en el turno noche. Sin embargo, se vivía en un clima de creativo entusiasmo pues se conjugaba un ambiente amable, un sólido rigor académico y una libertad de cátedra. El diálogo entre profesores, alumnos y académicos era permanente; casi todos los días de la semana a eso de las 17 ó 17.30 hrs, es decir, antes de las clases, en la Secretaría se daban encuentros informales en torno a un té, café o mate y a veces acompañado de algo dulce que generosamente aportaba alguno de los visitantes. En aquel entonces varios de los presentes, incluida Celia, fumaban copiosamente; la vivacidad del intercambio hacía que quedara en el aire una atmósfera físicamente espesa pero anímicamente fervorosa.  A los temas vinculados a las circunstancias socio-políticas del momento y hasta a las anécdotas individuales le seguían interesantísimos intercambios filosóficos. Las posturas no podían ser más diversas, pero Celia suscitaba un clima dialógico que permitía, como diría San Agustín, acordar en el desacuerdo. 

Aunque iniciada en los años sesenta, aún pesaba – entre otras cuestiones - la discusión sobre el pensamiento posmoderno y su crítica. Lo que más se apreciaba era que en las cátedras se estudiaba – como entiendo aún ocurre- sobre fuentes, sean antiguas, medievales, modernas o contemporáneas. Parece ser una verdad de Perogrullo, pero no es posible abocarse a la filosofía si uno se limita a la bibliografía secundaria. De allí que Celia siempre insistía en la importancia de mantener y reforzar el estudio de las lenguas modernas y clásicas. Durante la gestión de Celia hicimos un cambio de plan de estudios de la carrera. Algunas de las modificaciones más relevantes, incluyeron cambiar “Teodicea” por “Filosofía de religión”; lo que implica estudiar filosóficamente la “experiencia religiosa” y no meramente la existencia, esencia o justificación de Dios. Asimismo, ello fue un paso de acercamiento a la inclusión en la currícula del estudio de otras tradiciones filosóficas y religiosas no occidentales, pues en la ulterior y reciente modificación del plan de estudios se incluyó ¨Pensamiento oriental”. En aquel entonces en el seminario titulado “Historia de la cultura” se solía dictar pensamiento hindú, lo cual además era una respuesta a cierta cerrazón de algunos colegas respecto de la relevancia del pensamiento oriental y nos acercaba más a la Escuela de Estudios Orientales, dirigida por el P. Quiles S.J., quien entonces también era titular en nuestra Facultad de “Antropología filosófica”. La “Teología” dictada de modo crítico y creativo era un contrapeso a las aproximaciones reduccionistas de lo trascendente que igualmente todo estudiante de filosofía debe estudiar a fondo, sin prevención alguna. Asimismo, creamos dos niveles de “metafísica”, ante lo cual Celia acotaba, con humor, que era una contradicción pues la metafísica, por definición, propone la unidad del ser. 

Celia era docente de alma y, en este sentido, tenía un larguísimo recorrido en la escuela media y en el medio universitario. También durante su gestión creamos el Plan B, a saber, un plan de estudios destinado a profesores de nivel terciario en filosofía para que pudieran acceder a la licenciatura. Se inscribieron alumnos en nuestra sede y en sedes del interior con las que la Universidad celebró sendos acuerdos. En nuestra Facultad, durante varios años, Celia dictó “Estética” y “Filosofía del arte¨; me consta que sus clases eran dialógicas pues, por un lado, sabía que es el mejor modo de llegar a algún grado de comprensión de los arduos textos filosóficos y, por el otro, porque ella misma admitía que, ante los grandes textos, es menester mantener una actitud permanente de humildad. Por ello, siempre se la veía releer con la misma actitud de asombro la Poética de Aristóteles, La crítica del juicio de Kant o El origen de la obra de arte de Heidegger, para mencionar algunos textos. Frecuentemente dictaba el cursillo introductorio en el Departamento de Ingreso referido a la Carta de Principios “Historia y cambio”. Sabía llegar a los jóvenes y lo hacía con sencillez, pero en una oportunidad uno de los asistentes se le acercó al final de su clase y le dijo respetuosamente que estaba fascinado pues él creía que la filosofía solamente se encontraba en los museos. Según como se lo mire, el hecho tiene ribetes cómicos y trágicos. Celia sostenía que ello no solamente es consecuencia del reduccionismo utilitarista de nuestra época, sino de que muchas veces la filosofía o la supuesta filosofía se transmite de modo abstruso, como diría Nietzsche oscureciendo las aguas para que parezcan profundas. 

A ella le gustaba recordar las palabras de Pascal: “Mofarse de la filosofía es filosofar verdaderamente”. Pascal aludía con ello a un profesor de filosofía mencionado por Montaigne quien se reía de sí mismo y de la distorsionada percepción paródica que el prójimo tenía de su condición. Celia tenía la bondad de quien no necesita creerse bueno. Escuchaba a todos y ayudaba sin que se note. Eso suponía desde pagarle el remise al portero ya anciano, sin que se entere quién era su benefactora, hasta atender cuestiones muy sensibles referidas a alumnos y profesores. 

Durante un breve período, mientras era Decana, también fue Vicerrectora Académica de la Universidad del Salvador. Cumplió su tarea con esmero, pero en ningún momento la vi apegada o identificada a su cargo; más aún, se conmiseraba de quienes son solamente sus cargos pues se sirven más a sí mismos que a la institución y cuando se jubilan se tornan zombies. En este sentido practicaba la “indiferencia” ignaciana, que no alude a una actitud fría o calculadora frente a la realidad, sino por el contrario a una ecuanimidad y a un desapego que nos torna disponibles para ser llevados amorosamente adonde Dios quiera. A Celia no le gustaba figurar y, si podía, evitaba ser el centro de atención. 

En 1993 vino por primera vez a la Argentina el Dalai Lama y, a pedido de Quiles, la Facultad de Filosofía le entregó el Doctorado Honoris Causa. Celia asistió al acto, pero, en razón de mis intereses por el budismo, quiso que yo estuviera en el escenario e hiciera entrega del diploma. Por razones comprensibles de sistematización de los espacios de la Universidad, en ese entonces la Facultad tuvo que trasladar su sede varias veces. Recuerdo que en una Memoria anual -cómplices de un humor inocuo-  escribimos con Celia, que nuestra Facultad estaba sometida a una “itinerancia heraclítea”, aludiendo al filósofo de Éfeso para quien “todo fluye”. 

En 1992 Signos Universitarios dedicó un número a investigaciones de profesores de nuestra Facultad. Celia escribió en su “Prólogo” que la filosofía es una: “… reflexión acerca del fundamento, ya sea del ser, como del hacer o del pensar, así comprendemos la importancia de la misma que, aunque velada en estos tiempos del pragmatismo, sigue vigente. Y seguirá mientras los seres humanos sean esos `juncos pensantes´ y se asombren de que haya algo en lugar de nada”. 

En 1999 Celia se retiró de la Universidad del Salvador, aunque permaneció como asociada de la Asociación Civil y ligada por un afecto que trasciende la vida y la muerte. Se dedicó a cuidar de su familia, que amaba incondicionalmente, y a leer y escribir poesía, una de sus grandes pasiones. Había conocido personalmente a Alejandra Pizarnik, cuya poesía admiraba, aunque siempre recordaba con compasión su trágico final. Sólo Dios sabe y decide qué nos acontece cuando atravesamos el misterioso umbral de la muerte, pero el cristiano muere en la esperanza de ser recibido en el Seno del Señor. Bajo esa mirada termino con un poema de Pizarnik “La última inocencia”, muy caro a Celia: “Partir/ en cuerpo y alma/ partir/ Partir/ deshacerse de las miradas/ piedras opresoras/ que duermen en la garganta./ He de partir/ no más inercia bajo el sol/ no más sangre anonadada/ no más formar fila para morir/ He de partir/ Pero arremete ¡viajera!.” 
                                       

                                                                   
 

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