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“Siempre que miro un pesebre experimento una emoción profunda y difícil de explicar”

Hace unos días, mientras me retiraba del Campus Universitario “Nuestra Señora del  Pilar”, luego de una completa mañana de trabajo, me encontré con la imagen de la foto. Me detuve y retrocedí unos pasos para admirarla con detenimiento. Puede parecer un tanto extraño, pero siempre que miro un pesebre experimento una emoción profunda y difícil de explicar. Por lo visto, la Navidad ejerce ese efecto en muchas personas: un efecto casi celestial y mágico  capaz de llegar hasta lo más profundo de nuestros corazones. Me atrevería a decir que lo que cada uno de nosotros siente es totalmente indescriptible, personal, propio.

La Navidad, sinónimo de natividad o nacimiento, puede tener quizás un significado diferente para cada habitante de este planeta. Sin embargo, como toda llegada de un niño, el arribo de Jesús nos conmueve y moviliza a todos, aún a quienes no son cristianos ni creyentes, lo cual resulta curioso aunque significativo a la vez para quienes sí lo somos. Pensar en la Navidad es pensar en la paz, la fe, la esperanza, la felicidad. Esta festividad de origen un tanto incierto –para algunos, religioso; para otros, cultural- se asocia a un cúmulo de emociones y valores que van más allá de la realidad que nos rodea.

La Navidad es un símbolo de paz, de esperanza, de generosidad, de perdón, de amor, de empatía, de entendimiento del otro, de solidaridad, de una alegría que se entremezcla con un poco de tristeza, de nostalgia, de recuerdos, de viajes, de reuniones, de villancicos, de obsequios, de abrazos…y la lista continúa, tal como continúa la vida. Un pesebre, un árbol, algunas decoraciones, un poco de música y baile, varias tradiciones o costumbres, los reencuentros y las celebraciones religiosas son sólo algunas de las manifestaciones concretas del sentir humano hacia esta Fiesta. Sí, una Fiesta con “F” mayúscula, una Fiesta a la cual Dios y los seres humanos asistimos, una Fiesta que año tras año esperamos festejar con ansias durante Nochebuena y, más aún, durante el día 25 de diciembre, mientras compartimos una cena, un brindis o un almuerzo en familia, con amigos y/o vecinos. 

En su mensaje de la Navidad pasada, el Papa Francisco nos recuerda que “Cristo ha nacido por ti. Alégrate tú, que has abandonado la esperanza, porque Dios te tiende su mano; no te señala con el dedo, sino que te ofrece su manita de Niño para liberarte de tus miedos, para aliviarte de tus fatigas y mostrarte que a sus ojos eres valioso como ningún otro”. Es por ello que me animo a afirmar que la Navidad es una Fiesta repleta de algarabía, de sueños, de ilusiones. Un Nacimiento que deja nuestras almas al descubierto y nos otorga un tiempo para detenernos y reflexionar antes de avanzar. 

Cualquiera sea el país, la cultura o idioma, todos somos capaces de leer e interpretar las enseñanzas y el mensaje de Jesús sobre la importancia del perdón y la redención. Confiemos en él y en sus palabras, caminemos juntos en pos de lograr un mundo en el que reinen la paz, la justicia y el amor fraternal, y que la estrella de Belén ilumine nuestros pasos y hogares para encontrar la verdadera felicidad. ¡Feliz Navidad! ¡Merry Christmas! ¡Buon Natale! ¡Feliz Natal! ¡Joyeux Noel!

 

Prof. Lic. Patricia Silvana Policastro, docente del Ciclo Pedagógico Universitario de la Facultad de Ciencias de la Educación y de la Comunicación Social y de la Escuela de Lenguas Modernas de la USAL. 
 

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