Tecnofobia y tecnocracia
La transformación del modo de trabajar ha ido cambiando desde los tiempos más remotos. Las etapas más recientes son las vinculadas a la industrialización desde mediados del siglo XIX. Desde entonces se han sucedido innumerables incorporaciones tecnologías y fuentes de energía que llevan esquemáticamente a hablar de una segunda, tercera y hasta una cuarta revolución industrial. Si bien pueden ser discutidas estas categorías, lo cierto es que las transformaciones laborales son cada vez más complejas y aceleradas, hoy especialmente debidas a las tecnologías de la información y la comunicación (las TICs), y, en particular últimamente, al desarrollo de la inteligencia artificial. También es cierto que todo cambio tecnológico trae aparejados efectos sociales. Algunos muy positivos como la mayor productividad y eficiencia, otros muy traumáticos como la desocupación y las migraciones.
Ante esta situación, el Papa Francisco –dirigiéndose recientemente a la Confederación Nacional de Educación y Formación Profesional de Italia– nos propone rechazar dos tentaciones: la tecnofobia y la tecnocracia. La primera consiste en el miedo a la tecnología que lleva a rechazarla en bloque. Una reacción antigua –podemos agregar– que ya se dio varias veces; por ejemplo, los que desplazados por las máquinas creían solucionar el problema destruyéndolas.
La segunda tentación –señalada por Francisco– es la ilusión de que la tecnología puede resolver todos los problemas. Seguramente se está refiriendo a los que también podemos llamar “tecno-optimistas” que minusvaloran los efectos del desempleo provocado por las nuevos procesos productivos y apuestan por una creación automática de nuevos puestos de trabajo, pero se desentienden de prever una “transisición justa” para aquellos que no lo consiguen.
De lo que se trata ante las nuevas tecnologías es ejercitar un atento discernimiento –un componente básico, dicho sea de paso, del modo de proceder ignaciano, ver: https://noticias.usal.edu.ar/es/%3Fque-significa-discernir%3F– que nos permita sopesar adecuadamente cada situación.
En ese sentido, Su Santidad Francisco, aunque se dirige, en el mensaje citado, a un sector específico –el de la formación profesional juvenil– sus palabras bien pueden aplicarse a todo el sistema educativo que ante la transformación del trabajo es decisivo que ofrezca una formación continua, creativa y siempre actualizada. Además, esto implica además que junto a las competencias técnicas se preste atención a las virtudes humanas: “una técnica sin humanidad se vuelve ambigua, arriesgada y no es verdaderamente humana”. Es por ello “importante –prosigue el Papa– “que los itinerarios formativos estén al servicio del crecimiento de la persona, en sus dimensiones espiritual, cultural y laboral”.
Esta perspectiva es también subrayada por la pedagogía ignaciana que busca conjugar equilibradamente “utilidad” con “humanismo”. La utilidad, no el mero utilitarismo, significa valorar la eficiencia, el esfuerzo por ser competentes en la disciplina o campo de estudio o trabajo en que nos desempeñamos, y aprovechar la ciencia y la tecnología no para dominar o abusar sino para el genuino desarrollo personal y de la sociedad.
Mg. Eloy Mealla
Seminario Permanente Pedagogía Ignaciana
Vicerrectorado de Formación
Universidad del Salvador
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